Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Don Musgo

12/04/2025

Don Musgo vivía en la cara norte de Doña Espina. Muy a lo loco, según Tiburcio (versículo catorce, primero izquierda). Era una briofita de manual y crecía con total anarquía extendiéndose donde le apetecía, sin atender a simetrías ni reglas. Ella, curtida por el tiempo, observaba con resignación cómo su perfil se transformaba en un tapiz irregular de verdes desenfrenados. Nada podía detener al sujeto: la lluvia lo fortalecía, el viento lo acariciaba y las sombras lo protegían (demasiados privilegios). Los elementos de la naturaleza observaban con curiosidad aquella expansión desordenada. Las piedras (calizas y plomizas), que llevaban siglos en el mismo lugar, se cubrían poco a poco con su abrazo sigiloso. La humedad, lejos de incomodarlo, era su aliada. Todo lo que tocaba quedaba envuelto en su textura mullida y terco esplendor. Y así, un día, apareció un grupo de expertos en conservación paisajística. Armados con planos y teorías sobre la armonía estética, decidieron que el lado feo de Doña Espina necesitaba un cambio. Buscaban orden, simetría, un equilibrio visual que hiciera de aquel lugar un referente de perfección natural (aleluya). Pero Don Musgo (muy suyo) tenía otros planes. Cuando las herramientas de los humanos intentaron arrancarlo, desplegó su habilidad ancestral de adherencia imbatible. Ningún raspador logró desprenderlo por completo, ningún tratamiento pudo frenar su avance. Y, mientras los profesionales debatían estrategias, él seguía creciendo con descaro, como si aquella intervención fuera solo un rumor pasajero. Al final, los humanos se rindieron y Don Musgo celebró su victoria silenciosa, mientras que la cara amable de Doña Espina permaneció como siempre. Así nos lo cuenta nuestro buen amigo antes del café. Impacientes, esperamos moraleja; reflexión que nos haga más llevadera la mañana del sábado. Quietud y mano en barbilla. Nos habla: la biósfera no sigue nuestros estándares de mandato, sino los suyos propios y lo que la oruga llama el fin del mundo, el sabio lo llama mariposa. Demasiado poético le digo. Y nos dice que a veces las historias dependen del narrador. Que sería bueno conocer la verdadera opinión de Doña Espina (clavada) para poder sacar conclusiones cotejadas. Cortado.