Mayo de 2001. Marcelino García Velasco publica en Diario Palentino un artículo, Palencia, de ayer y a hoy. Así sentía y vivía su querida ciudad. Es bueno conocer los sentimientos que en los jóvenes pasan a un segundo o tercer plano pues, en las redes sociales, anunciantes y seguidores tienen otras cosas en qué pensar. «Desde luego que estoy con la ciudad lírica, la Palencia básica que hacía adobe de la altura, postillas de sus ruinas, bruma de sueños de sus oscuras, intransitables calles nocturnas, temblorosas bajo la mínima intimidad de una bombilla en sus esquinas.
No «porque cualquier tiempo pasado fue mejor», -que vaya usted a saber-, sí porque aquella Palencia se alzaba en aquel tiempo. Recién venido de pueblo, Palencia se me presentó con una rabiosa personalidad de pueblo, grande, eso sí, pero nada más. La diferencia con Astudillo estaba en el asfalto de la calle Mayor y en los jardines. En lo demás qué quieren, se parecían como un huevo a otro huevo. ¿En qué eran distintos los barrios de Santa Marina, San Miguel o San Lázaro a los de mi pueblo? Eran barrios con alma porque había rincones que los hacían entrañables. ¿Qué entusiasmo puede levantar la unanimidad del ladrillo a destajo o la frialdad tonta del aluminio al natural o con el embadurne de lacas de extensa gama cromática?
Vivo en Palencia desde 1942, quiero decir con ello que he conocido la ciudad lírica hasta llegar ésta de hoy que podría ser –perdón- prosa de prospecto farmacéutico, y me creo con razones para hablar de ambas pues muchas son las páginas en las que de ella traté y dejé sentir, latido, amores y equivocaciones, pero siempre con honradez, ¿Cómo nace un rincón? No, mire usted, un rincón no nace, se crea desde el tiempo. Para crear un rincón hacen falta miles de ojos mirándolo, miles de parejas besándose en las sombras, miles de hombres conversando juntos y en soledad, miles de soles dorando piedras o amparando adobes, miles de aldabonazos poniendo consuelo a la tristeza de tener una tarde que sentarse en un quicio en sombra o en el umbral del recuerdo. Y cuando esto haya sucedido, un día, de pronto, a los ojos de un niño nace un sitio en el que convocar amigos. Es, entonces, cuando de verdad nace un rincón y llega hasta la hombría y perdura».