Queridos lectores, ¡paz y bien!
El Papa Francisco, como todos sus antecesores, es un incansable impulsor de la cultura de la vida. Hace honor su nombre al del poverello de Asís, y sus encíclicas y exhortaciones, dan fe de ello. Laudato si, Fratelli tutti y Laudate Deum son verdaderos alegatos en favor de la creación y un hermoso canto a la vida.
La vida en todos sus niveles: la vida natural del planeta, y la vida humana personal y social, que están bajo amenaza y han de ser custodiadas.
En ese ámbito, la Iglesia está pasando de unas actividades simbólicas hacia otras que procuran un impacto real. Ayer en nuestra diócesis se plantaron 2.500 árboles en las siete zonas pastorales dentro de la campaña auspiciada por Pastoral Social y con el lema Hacemos bosque. Queremos cuidar la vida y hacerla crecer. En efecto, el cambio climático es preocupante y afecta a enormes masas de hermanos desfavorecidos que viven más expuestos a las manifestaciones extremas del clima. Ayer la diócesis puso su grano de arena.
Y dentro de esa preocupación de la Iglesia por cuidar la vida y hacerla crecer, el Papa cuenta con la colaboración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. A este debemos el profético documento Dignitas infinita, sobre la dignidad humana. En el Congreso del 15 de marzo del 2019, la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe decidió iniciar «la redacción de un texto subrayando lo imprescindible del concepto de dignidad de la persona humana en el seno de la antropología cristiana e ilustrando el alcance y las implicaciones beneficiosas a nivel social, político y económico, teniendo en cuenta los últimos desarrollos del tema en el ámbito académico y sus comprensiones ambivalentes en el contexto actual». El texto vio la luz finalmente el pasado 8 de abril, lo cual indica que ha habido un largo trabajo de cinco años para darle su redacción definitiva.
En las tres primeras partes, la Declaración recuerda los principios fundamentales y los supuestos teóricos para ofrecer importantes aclaraciones que puedan evitar las frecuentes confusiones que se producen en el uso del término «dignidad». En la cuarta parte, presenta algunas situaciones problemáticas actuales en las que no se reconoce adecuadamente la inmensa e inalienable dignidad que corresponde a todo ser humano. La denuncia de estas graves y actuales violaciones de la dignidad humana es un gesto necesario, porque la Iglesia está profundamente convencida de que no se puede separar la fe de la defensa de la dignidad humana, la evangelización de la promoción de una vida digna y la espiritualidad del compromiso por la dignidad de todos los seres humanos.
San Pablo VI, en 1968, decía que «ninguna antropología iguala a la antropología de la Iglesia sobre la persona humana, incluso considerada individualmente, en cuanto a su originalidad, dignidad, intangibilidad y riqueza de sus derechos fundamentales, sacralidad, educabilidad, aspiración a un desarrollo completo e inmortalidad». Apenas habían pasado tres meses de los hechos de mayo del 68 en París, de cuyas algaradas salieron algunas de las ideas que han influido decisivamente en la configuración del ser humano en la actualidad.
San Juan Pablo II, en el 1979, afirmó durante la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana en Puebla: «la dignidad humana es un valor evangélico que no puede ser despreciado sin grande ofensa al Creador. Esta dignidad es conculcada, a nivel individual, cuando no son debidamente tenidos en cuenta valores como la libertad, el derecho a profesar la religión, la integridad física y psíquica, el derecho a los bienes esenciales, a la vida. Es conculcada, a nivel social y político, cuando el hombre no puede ejercer su derecho de participación o es sujeto a injustas e ilegítimas coacciones, o sometido a torturas físicas o psíquicas, etc. [...] Si la Iglesia se hace presente en la defensa o en la promoción de la dignidad del hombre, lo hace en la línea de su misión, que aun siendo de carácter religioso y no social o político, no puede menos de considerar al hombre en la integridad de su ser».
En el 2010, delante de la Pontificia Academia para la Vida, Benedicto XVI afirmó que la dignidad de la persona es «un principio fundamental que la fe en Jesucristo crucificado y resucitado ha defendido desde siempre, sobre todo cuando no se respeta en relación a los sujetos más sencillos e indefensos».
Como vemos, un recorrido que muestra que la Iglesia tiene su propia agenda, original, profética y revolucionaria: el proyecto de Jesús, el Salvador.