Querida Carmen: ¡cuántos años de encuentro matutino! Era septiembre de 1979. Ese año el colegio Modesto Lafuente pasó de femenino a mixto. Estaba en el Jorge Manrique; la directora me pedía que no cambiase pues solo había personas mayores. Cierto. Inicio de curso: jubilación. Y siguieron más. Verano en Coruña, tres chiguitos, playa de Orzán a dos minutos. Nos avisaron: había tres plazas. Mi marido dejó el centro donde preparaba a los futuros religiosos de la Orden de San Juan de Dios. A últimos de agosto llegamos a Palencia para elegir. Entró con nosotros Lalo, hijo de don Eduardo Rodríguez, profesor de francés en el instituto Jorge Manrique. Gran amigo. Carmen, disculpa, los recuerdos se cuelan en esta columna en la que solo deseo hablar de ti:
¿Qué puedo decir distinto de lo que, estoy segura, sienten todos tus paisanos de La Puebla? Quiero resaltar que mereces más que estas palabras por tu trabajo diligente y profesional, el que tú, querida amiga Carmen Canduela, has demostrado al frente del quiosco que llenaste de vida y amabilidad. Las palabras no llevan el mismo ritmo que acelera mi corazón y se traban en un amasijo de pena sincera al saber que tu quiosco ya no abrirá para nosotros cada día de cada año, en los que madrugabas con frío, viento o nieve para recoger la prensa, tan de mañana. La colocabas -con minuciosa precisión- al alcance de la mano. Al recogerla, nos dabas los buenos días con sonrisa sincera, y una frase amable o una pregunta sobre cómo estábamos, o ¡vaya frío que tenemos! Le dabas la vuelta al día, sin que tú misma lo notases.
Debí agradecer tu espíritu de sacrificio porque, Carmen, quizá sin tú adivinarlo, con tu palabra amable, tus ojos de sueño apresurado, algunos días, nos endulzabas cada mañana. Y, sin embargo, reconozco que jamás me pregunté cual era el secreto de tu fuerza de voluntad, ni tan siquiera cómo te sentías por dentro cuando el deber en ti era ya vocación de servicio a los demás ejercida sin ápice de demora ni gesto de cansancio. Deseo que tu jubilación llegue con lo bueno que mereces, se cumplan tus deseos y sea larga y feliz. ¡Con cuánto cariño, te hubiera dedicado Marcelino un hermoso poema! No pudo ser. Sin embargo, Carmen, creo que hoy está a tu lado. Un fuerte abrazo.