Tiburcio estaba muy preocupado. Su querido gato, Apache, llevaba días sin comer bien y parecía incómodo. «Debe ser una bola de pelo», pensó. Una mañana, mientras le acariciaba suavemente, el minino comenzó a toser y a hacer ruidos extraños. Así las cosas, nuestro protagonista se preparó para ver aparecer una gran masa de pelo, pero lo que salió fue algo completamente inesperado: una gigante bola de Navidad. Se quedó boquiabierto. «¿Qué está pasando?», se preguntó en voz alta. El micho, aliviado, se lamió las patas y se acurrucó en su regazo, como si nada hubiera pasado. Esa noche, ante lo ocurrido, el buen hombre decidió investigar. Revisó cada rincón de la casa y encontró una caja de adornos navideños abierta en el ático. «¡Ah, con que aquí está el enigma!», exclamó. Resulta que el animal había estado jugando con ellos y, vete a saber cómo, se había tragado una. Al día siguiente lo llevó al veterinario para verificar que estaba bien. «Todo en orden, pero asegúrate de mantener los atavíos fuera de su alcance». Desde entonces, se cercioró de tener las cosas bien guardadas. Y cada vez que veía a Apache jugar, no podía evitar sonreír al recordar la experiencia vivida. Pero la historia no terminó ahí. Una tarde, mientras Tiburcio sesteaba, escuchó jaleo en el salón. Se levantó y, al llegar, encontró a la mascota rodeada de luces que parpadeaban de manera intermitente. En el centro de la sala, una enorme esfera flotaba en el aire, emitiendo un suave resplandor dorado. Se frotó los ojos, pensando que era una quimera. Pero no, todo era real. La redondela comenzó a girar lentamente y, de repente, se abrió como una flor, revelando en su interior un pequeño portal. De él emergieron diminutas criaturas con alas de mariposa y gorros de duende, que comenzaron a danzar alrededor de Apache. «¡Bienvenido al Reino de las Navidades Eternas!», exclamó uno de los misteriosos seres. Tiburcio, aún atónito, observó cómo el micifuz se levantaba y, con un elegante salto, atravesaba el pórtico. Sin pensarlo dos veces, lo siguió. Al otro lado, se encontraron con un mundo nuevo que transmitía paz y sosiego y en el que se respiraba una serenidad y plenitud difícil de explicar. Esto es lo que me contaba mientras armaba el Belén. Sea.