Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


¿Qué tiene que pasar en la Iglesia?

09/02/2025

Queridos lectores, paz y bien. La semana pasada, ofrecía una reflexión acerca de lo que nos está pasando en la Iglesia, siguiendo la estela del congreso Transforma, iniciativa de un grupo de cristianos para ahondar y provocar la transformación misionera de la Iglesia, de la parroquia, la diócesis y los distintos grupos eclesiales. Hoy, de la mano de Tote Barrera y Cristi Salcedo, matrimonio que se dedica a la evangelización, quiero brindar unas pistas más propositivas acerca de lo que tiene que pasar en la Iglesia, y que en estos momentos se está empezando tenuemente a atisbar.

Hace un par de años, la Conferencia Episcopal Española publicó un documento acerca de «la conversión pastoral de las parroquias», que pretendía replantear la territorialidad en una clave ya no tan física, sino existencial, y abogaba por la centralidad de la presencia misionera de la comunidad cristiana en medio del mundo. Trataba de enfocar la pregunta acerca de la atención o cura pastoral y planteaba quién y cómo ha de acompañar en el seno de las comunidades cristianas, aquejadas de una cierta orfandad. Siguiendo el libro profético de un autor evangélico, Alan Hirsch, titulado Caminos olvidados, resumimos su provocación.

Si nos enamoramos de nuestro sistema, cualquiera que este sea, también perdemos la capacidad de cambiarlo. Los guardianes del viejo paradigma han perdido la objetividad necesaria para evaluar a la Iglesia y saber cuál es su propio rol en el mismo. Las limitaciones que nos autoimponemos nos bloquean. En una época de cambios drásticos, son los aprendices los que heredan el futuro. Los eruditos, generalmente, se encuentran equipados para vivir en un mundo que ya no existe.

Todo líder, para bien o para mal, es el guardián del paradigma de su organización: o abre puertas, o cierra con firmeza, o es abridor, o cuello de botella. Dios nos invita en estos momentos a mirar el sistema desde fuera, desde la realidad, es decir desde la mirada del otro, del Dios que nos revela más allá de lo concebible. Nos toca ir siendo parte de la solución, no del problema. Navegamos entre arrecifes, en una cultura de especialidades en conflicto, ahogados por minuciosos análisis, y precisamos finalmente tejer una síntesis. Atrapados en medio de la tormenta, necesitamos nuevos mapas mentales. Y para saber adónde vamos, necesitamos cambiar el corazón, la mente, las costumbres. Los mapas que hemos ido heredando son inadecuados para viajar por la sociedad de hoy.

Necesitamos una síntesis, una gran visión de lo que somos y podemos llegar a ser, que nos saque de este atolladero, que nos diga nuestra identidad profunda, ese gran sueño de Dios para su Iglesia. En definitiva, necesitamos mucho más refundarnos que reformarnos. Es la vigencia del Evangelio nuestra baza: «he aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5), «hay que nacer del agua y del Espíritu de Dios», como cantábamos en nuestros grupos. Los discípulos (no los meros creyentes) debemos seguir soñando, anhelando la comunidad, ahondando en las verdaderas preguntas, esperando un nuevo Pentecostés.

La Iglesia no es tanto una nave segura capaz de conducirnos al puerto, sino la barca del pescador que sale de este ante la llamada del maestro a remar mar abierto. No obsesionada en autopreservarse, o preocupada por defenderse, sino ocupada en salvar tanto naufrago que grita desde su aparente indiferencia existencial. La eucaristía nos lanza cada domingo al mar de la vida, no sólo a tomar un aperitivo con los amigos. Ya no hay puertos seguros donde esconderse, sino posibles historias que nos esperan a nada que salgamos de nuestra dorada comodidad.

No queremos ser un museo de la gloria que fue, y menos un mausoleo de viejos esplendores. No un hospital terminal, sino paritorio que bautiza nuevas hijas e hijos para anunciar y luchar por la llegada del Reino. Dios envía constantemente nuevas olas, con las que no hemos de casarnos, sino aprovechar su impulso. Sólo cabe ser innovadores, capaces de nombrar lo que nos está pasando. Siguiendo a James Mallon y su «renovación divina» podemos tejer una poderosa síntesis con todos nuestros sueños comunitarios, que nos curen de la orfandad de nuestra sociedad que ha despreciado la paternidad y la maternidad, físicas y espirituales.

Como parroquias, soñemos ser comunidad de discípulos misioneros, validemos el suelo fecundo de nuestros antepasados, apostemos por el don del Espíritu: «después de todo esto, derramaré mi espíritu sobre toda carne, vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones». No somos unos nostálgicos, sino prematuros, estamos anticipando lo Nuevo.