Nicolás Castellanos Franco es un leonés de Mansilla del Páramo, pero Palencia lo tiene por una personalidad de la tierra, no en vano fue obispo de esta diócesis entre el 27 de julio de 1978 y el 4 de septiembre de 1991 y en 2015 fue nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad, por no hablar de sus frecuentes visitas para dar cuenta de los proyectos y realizaciones de la Fundación Hombres Nuevos y de su estrecha vinculación con el lugar donde se formó y ejerció como agustino. Y sin olvidar que fue precisamente su renuncia al episcopado palentino para irse de misionero lo que dio universalidad a su figura y lo que le granjeó un profundo apoyo popular e institucional y, con el paso del tiempo, premios tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias de la Concordia en 1998 o el de los Valores Humanos de Castilla y León en 2002.
Por eso resulta lógico que su candidatura al Nobel de la Paz tenga en Palencia y los palentinos uno de los más firmes apoyos. Ayer mismo, la Junta de Gobierno del Ayuntamiento aprobaba una declaración institucional que viene a reafirmar la nominación que viene gestionando desde el pasado año la Fundación Hombres Nuevos. El Comité Noruego exige que las candidaturas estén avaladas por profesores universitarios de Derecho, Filosofía o Teología y es algo que está intentando conseguir la fundación entre las personalidades de la provincia, pero nunca está de más que se vea reforzada por apoyos como el del Consistorio palentino, que además fue unánime. PP, PSOE, Ciudadanos, Vox y Ganemos están de acuerdo en patentizar públicamente la valía del obispo emérito y misionero, su trabajo «por la justicia, la libertad y los derechos humanos como el mejor camino para conseguir la paz», su dedicación a esta noble causa desde hace treinta años y su ejecutoria personal «del todo coherente con el mejor espíritu de los grandes maestros del pacifirmo de todos los tiempos y de todos los pueblos».
A juicio de los munícipes, y podemos hacerlo extensivo a la mayoría de los palentinos, su trayectoria y su obra misionera «encajan en los fines y esencia del Nobel de la Paz».
Todos los años hay candidatos de muy diversa procedencia y en no pocos casos próximos o abiertamente polémicos, por cuanto ni sus realizaciones ni su trayectoria casan de forma clara con el reconocimiento más importante al pacifismo. En Nicolás Castellanos no se daría esa polémica ni parece a priori que pudiera suscitar la oposición de determinados sectores. No es muy común que un obispo renuncie a su zona de confort en una tranquila diócesis de la rica Europa para trasladarse a Santa Cruz de la Sierra y trabajar denodadamente por mejorar la calidad de vida de los barrios más pobres. Si finalmente se lo dieran, sería fiesta en esa ciudad boliviana, en Mansilla del Páramo y desde luego en Palencia.