Es lo que vivimos los españoles el pasado día 8, con el lamentable espectáculo que se nos ofreció desde Barcelona y se transmitió en las cadenas de televisión de todo el mundo. El antaño muy honorable Carles Puigdemont ofreció, una vez más, su deteriorada imagen, flequillo canoso al viento, para ocupar el centro de la actualidad informativa española a la vez que facilitaba la investidura de Salvador Illa de modo pacífico. La nube de periodistas que, cumpliendo con su obligación de informar, se agolpaban en torno al grupo constituido por Puigdemont y su troupe dejaron de ocuparse de lo verdaderamente importante que sucedía: el acuerdo entre Sánchez y los independentistas catalanes para investir a Illa como presidente. Por otra parte, podemos preguntarnos qué consiguió Puigdemont con su numerito. Evidentemente su éxito fue burlarse del Poder Judicial y del Estado, desobedeciendo la orden de detención del Supremo. No tiene sentido alguno pensar que los cuerpos de la policía, tanto nacionales como autonómicos, fueran incapaces de localizar y detener al prófugo, pero es de suponer que tenían órdenes precisas de no actuar. Tampoco se ha explicado la razón por la que el alcalde de Barcelona permitió la instalación de un escenario con pantallas enormes para transmitir la actuación estelar de Puigdemont pronunciando un discurso público en su ciudad. Con ser todo esto muy grave, la tomadura de pelo a los ciudadanos no acaba aquí sino que se pone en marcha la llamada operación jaula en las carreteras aledañas a Barcelona para localizar a quien ya había abandonado la jaula. Parece que a nadie, excepto a los conductores afectados, le preocupó la serie de inconvenientes y perjuicios que tal operación pudo causar a todos aquellos que debían circular por las carreteras afectadas. Para más desazón, el flamante candidato a presidir el gobierno catalán, en su discurso de investidura, exhibe su alianza con el prófugo al insistir en la petición de que se aplique la Ley de la Amnistía en su totalidad. Una vez instalado en donde quería, ya se puede defender a quien ya no podía impedirlo. Seguiremos pendientes del desarrollo de la mojiganga. Habrá más.