Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Tomás, in memoriam

25/08/2024

Desde que me mudé a Palencia raro es el día que alguien del barrio no me hable de Tomás, con cariño y respeto, pero también con groseras contradicciones sobre el final de su vida. Mi joven vecina Fátima, que reside en un estudio pared con pared a mi apartamento, habla con frecuencia de Tomás. «Un buen hombre, excelente vecino, deportista. No me explico cómo pudo morir de repente con la vida tan sana que llevaba». 
Tomás era el vecino que ocupaba el apartamento en el que resido hasta que falleció hace unos meses. ¿Certezas sobre su vida? Muy pocas.  Había trabajado en la banca. Dicen que llegó a dirigir una sucursal en Valladolid hasta su jubilación, que coincidió caprichosamente con su divorcio. Tomás abandonó el domicilio familiar en Pucela para establecerse en Palencia, su ciudad natal. Sus hijas, mayores e independientes, vivían en Barcelona. 
Tomás salía a correr todos los días con una bicicleta de carreras que pude ver en el trastero cuando me enseñaba la vivienda un agente inmobiliario. Aún no la habían retirado sus familiares. Junto a la bici se amontonaban trípodes y otros útiles de fotografía. Era evidente la debilidad que sentía por sus nietas. Tanto la habitación de invitados, como otros elementos decorativos del apartamento recogían la imagen de las niñas en simpáticos posados captados por la cámara del abuelo. La mujer que me enseñaba el apartamento parecía conocer bien tanto a Tomás como a su exmujer. «Un bicho. Mucho mejor, Tomás». 
¿De qué murió Tomás?
Unos dicen que de cáncer. «Le atacó de repente y duró pocos meses». Pero esa no es la información que me facilita, sin yo solicitarlo, la dueña de una droguería anexa al portal. «Tomas era mi cliente. Me compraba todos los artículos de limpieza y de aseo personal. Creo que murió de un infarto. Tanto deporte, tanto deporte…al final le estalló el corazón».

EN LA NOTARÍA. El día que acudí a la notaría a firmar la compra del inmueble pude conocer a sus hijas, propietarias por herencia del piso donde residía su padre. No me causaron buena impresión. Tenían prisa por recibir el dinero y regresar a Barcelona. No mejoró mi opinión sobre esas dos mujeres cuando entré, ya como propietario, en mi nuevo hogar. Salvo la bicicleta de carreras de Tomás, que ya no estaba en el trastero, me sorprendió que las hijas hubieran abandonado en el inmueble muchos recuerdos personales de su padre. Algunos de valor, como un Karaoke o útiles de fotografía. Otros sólo afectivos, como libros de viajes, novelas y álbumes de fotos de las nietas. «Qué poca sensibilidad», pensé. «Ya te dije que eran un poco brujas», me aclaró Fátima. «Desde que murió su padre, cada vez que venían a visitar el piso acabábamos discutiendo a cuenta de una maleta que suelo dejar en el vestíbulo que compartimos mi estudio y el apartamento. Mi casa es muy pequeña. Tomás incluso me ofrecía dejar mis maletas en su trastero. Las hijas me exigían retirarlas». 
Mi joven vecina habla sin parar de las virtudes de Tomás. «Un día que estaba ayudándome a cambiar una persiana, le pregunté cómo llevaba su divorcio. Su respuesta me impactó».
«Mira, Fátima. En esta vida son necesarias pocas cosas. No perder la curiosidad para seguir aprendiendo, no olvidar la capacidad infantil para sorprenderte con lo que ocurre a tu alrededor y no renunciar jamás a la posibilidad de volver a enamorarte. Yo mantengo los tres requisitos y espero volver a ser feliz, si la salud me acompaña», indica. Pero mi vecina tampoco supo aclararme la causa de la muerte de Tomás. «Cuando volví de vacaciones, supe que estaba ingresado en el hospital. Acudí a visitarle, pero no pude verle porque estaba en aislamiento. Nadie supo decirme qué le pasaba. Poco después, murió», señaló.
La última información sobre la muerte de Tomás me la facilitó el frutero de la esquina.
«¡Qué cáncer, ni infarto! A Tomás le mataron en el hospital. Acudió por un resfriado que no le abandonaba. La ingresaron para hacerle pruebas. Cogió un virus que agravó su salud y falleció de septicemia semanas después», apuntó.
No sé a qué carta quedarme. Me hubiera gustado conocer a Tomás. Al menos, pudiera haberle agradecido el buen gusto con que decoró y amuebló el piso que ahora ocupo. Gracias. Descansa en paz, amigo.