"Esa palabra: libertad. Tiene un sonido hermoso, ¿verdad? ¿Quién estaría en contra de la libertad? Uno pensaría que todo el mundo estaría automáticamente 'a favor' de esa palabra. Una sociedad libre es una sociedad en la que florecen mil flores, en la que hablan mil y una voces. Y qué idea tan sencilla y grandiosa parece…». Con estas y otras palabras, el escritor Salman Rushdie, que conoce como pocos las consecuencias de la intolerancia, defendía la independencia de la crítica y el arte, y reivindicaba la responsabilidad de conservar una de las cosas que nos hacen humanos: la libertad de la palabra.
Hoy en día muchas libertades esenciales corren el peligro de ser derrotadas, y no solo en Estados totalitarios o autoritarios. En nuestra civilización occidental, con democracias liberales y sociales, una conjunción de fanatismo, populismo, oportunismo político y apatía de los ciudadanos está dañando la libertad de la que dependen todas las demás: la libertad de expresión.
Disfrutamos de mayor libertad (política, económica, social, cultural, religiosa…) en la medida en que mayor es su nivel de desarrollo. Los avances de la libertad se producen a medida que la educación, los conocimientos adquiridos y la plural información periodística y literaria alcanzan los mayores niveles de desarrollo intelectual y social.
Comparto la idea de que una persona informada es más libre. Pero al ciudadano no le consuela el título de ser libre si realmente sus decisiones vienen determinadas por situaciones que le restringen y condicionan. Y, además, el valor de la libertad solo es realizable cuando los ciudadanos tienen garantizados los derechos constitucionales que les posibilite un estatus de proyecto de vida personal y profesional que garantice su independencia y tranquilidad. En el marco de esta libertad de expresión se produce la necesaria crítica política -se presupone que responsable, objetiva, honesta, respetuosa…-, dado el carácter público de los intereses confiados a la gestión del gobernante. En nuestra sociedad actual, una comunidad (asociación, colectivo social, cultural o de partido político) donde la crítica no es tolerada ni admitida deriva en un grupo de personas sometidas a las decisiones del poder.
Desgraciadamente en nuestro entorno vivimos una época de escasez de información y transparencia de la clase política gobernante; por ejemplo, ante determinados cambios de opinión, o toma de decisiones sin el consenso necesario, o por acontecimientos de supuestas irregularidades y/o corruptelas.
Esto ha derivado en informaciones periodísticas y, por ende, parcialmente se han abierto varias diligencias judiciales que investigan al respecto.
Mas los gobernantes se empeñan en aplicar la no transparencia y/o en desinformar, a la vez que ejercen presión sobre periodistas y jueces, lo cual no sintoniza con el Estado de derecho y de libertades. A ello hay que añadir que la mentira forma parte del espacio político democrático. La soberanía política de la mentira declina cuando los ciudadanos participamos y ejercemos activamente la libertad democrática a través de auténticos cauces representativos dotados de la independencia suficiente, para no ser solo seguidores de intereses partidistas, lo que alimenta la polarización actual.
El filósofo y escritor Fernando Savater ha escrito recientemente: «Lo que culmina la polarización es contar con una jauría de partidarios dispuestos incondicionalmente a disculpar lo que hacen los suyos con tal de que se les ofrezca carnaza para maldecir a los del bando opuesto. Así la realidad pierde sustancia al ritmo que los ciudadanos renuncian a su espíritu crítico».
Y lo triste es que este clima político e institucional lo que hace es desviar permanentemente la atención sobre las verdaderas preocupaciones que interesan a los ciudadanos en su vida real, y a las que tienen que dar respuesta los gobernantes: la educación, la vivienda, el trabajo o el encarecimiento de la economía doméstica.
El ejercicio de la libertad implica, como ciudadano, un ejercicio permanente de responsabilidad; no vale poner excusas ante cualquier circunstancia adversa señalando a otras personas o entidades para que pongan soluciones. Tenemos no sólo el derecho sino el deber de hacernos personas libres, y cuando decidimos y actuamos libremente, estamos obligados a asumir las consecuencias de nuestros actos. Esto es la responsabilidad. Como ciudadanos libres tenemos que enarbolar la bandera de nuestra conciencia crítica para exigir a los políticos y gobernantes la responsabilidad que nosotros nos aplicamos diariamente.
Y la palabra -a través de la literatura, el periodismo…- ayuda a ser y tener un espíritu libre y crítico.