Rescatan los terciarios de la Orden Franciscana palentina ritos antiguos, esos laicos unidos al Pobrecillo de Asís, amigo de los animales que iba a refugiarse para meditar con sus seguidores cobijados en cuevas entre los bosques y querían vivir sin pertenencias, libres de ataduras a cualquier objeto. Terciarios como lo fueron al parecer Dante, sin duda Cervantes o Tomás Moro, entre otros grandes nombres, pero ante Dios no importa la fama o la grandeza solo humana, sino el amor con el que tratamos a los demás y a todo, divinizándonos así y sacralizando lo que miramos y admiramos, por la unión con el Creador que nos dio la hermana luna y el hermano sol. Son tiempos los de la Semana Santa propicios para lavarse el alma. Así que rescatan la ceremonia de la madrugada del Sábado Santo, el descenso de Cristo a los Infiernos.
Hoy resulta sorprendente hablar de penitencia, en una sociedad tan materialista como la nuestra, pero si miramos a otras religiones que la tradicionalmente nuestra, el cristianismo católico, observaremos que es una constante, algo que tiende a ser universal: de vez en cuando ayunar, buscar reparar las heridas del alma, observarse críticamente para pedir perdón por los males causados, involuntariamente o no...
Este año jubilar canta hermoso lema: 'Peregrinos de la esperanza', que tanta falta hace. Locuras y torpezas vemos en el mundo, no pocas las organizan los 'príncipes' terrestres, otras nosotros. La Semana Santa que celebramos con tanto arte y que se ha convertido en Patrimonio Cultural y de Interés Turístico Internacional llama a esa conversión. Además de cofradías, fraternidades y procesiones, los confesionarios se abren para curar el dolor de las almas, para arrojar en ellos sus males ante el intermediario con lo alto, el sacerdote. Limpios y asegurados del perdón celeste y del interior, conviene luego la celebración, la fiesta de la resurrección, pues todos hemos de renacer una y otra vez. Conmemóranse también los ocho siglos del Canto a las Criaturas, primer texto en italiano, poema de San Francisco donde nos empapamos con la hermana agua, limpiándonos.