Otra vez, aunque, en realidad, estamos continuamente en campaña. Ahora estamos próximos a tres elecciones en España: en el País Vasco, en Cataluña y en el Parlamento Europeo. La convocatoria a los ciudadanos a participar en unos comicios siempre es un acontecimiento importante en cualquier democracia, aunque esta sea menguante, como ocurre en nuestro país, ya que su resultado define el modelo de sociedad que los ciudadanos queremos, según las diferentes propuestas que los aspirantes presentan, aunque gracias al manejo de coaliciones y pactos posteriores, los votantes nos llevemos inesperadas sorpresas.
Los representantes de los diferentes partidos que concurren a las elecciones deben presentar programas constructivos, lo que evidencia que las actuales propuestas no se ajustan al estándar común. Lo que estamos viviendo es una campaña sucia en la que las ideas están siendo sustituidas por los insultos; la actitud constructiva por la destructiva y la capacidad intelectual de los aspirantes por la de agredir al rival sin límite alguno, que alcanza no sólo al aspirante, sino a su familia, amigos o vecinos. Con o sin base real alguna. Estamos en el mezquino argumento consistente en y tu más. Si a este intercambio de groserías añadimos la tristemente conocida como pena del telediario, ya tenemos el retrato del tono de la actual política española. Se busca, se indaga en la vida íntima de los aspirantes, en la de sus familiares, aunque ya hayan muerto, sin importar si existe, o no, sentencia judicial alguna. Lo importante es echar inmundicia sobre el oponente. Se finge ser la víctima de los insultos del rival mientras se denigra con descaro al otro. Se forman comisiones de investigación que no sirven para nada útil, si no es para insistir en el desprestigio del rival. Sus conclusiones, si las hubiera, no pueden sustituir a las decisiones judiciales. Pero si con ello se cobra la pieza más valiosa del rival, entonces todo vale. Hemos terminado aceptando la mentira o el cambio de opinión en una sociedad dramáticamente dividida con el único objetivo de conservar el poder.