Cuando hablo de corrupción, meto en el mismo saco a los corruptores que a los corruptos. Todos persiguen lo mismo. Un beneficio, una ventaja, un lucro. Actúan ajenos a cualquier principio o postulado ético. Unos compran voluntades y otros se dejen comprar. Todos chapotean en la misma ciénaga moral. Casi siempre que usamos la palabra corrupción, asociamos el concepto a la clase política y a otros poderes fácticos de la sociedad. Pero debemos reflexionar también sobre otras conductas inmorales, más cotidianas, más vulgares, más aceptadas por los ciudadanos. Pocas veces nos preguntamos qué hubiéramos hecho si hubiéramos tenido la oportunidad de enriquecernos de manera ilícita. Quizás nos hubiera frenado más el miedo que la ética. El refranero español recoge adagios significativos: «Dios mío, ponme donde haya» o «El miedo guarda la viña».
La corrupción política es cualitativa y cuantitativamente más importante. Afecta a aquellos que tendrían que vigilar para que nadie recurriera a espurios mecanismos de enriquecimiento. Afectó a los grandes partidos nacionales (PP, PSOE) y a los nacionalismos periféricos (PNV, CIU).
El tratamiento de los escándalos se matiza casi siempre desde posiciones ideológicas. Implacables con el adversario. Complacientes con el camarada. La prensa, el cuarto poder, colabora. Si tiene afinidad con el corrupto, moderará en sus portadas la condena de la conducta denunciada. Si es contraria al partido afectado, será inmisericorde pidiendo que actúe la justicia y persiga a los chorizos.
En 2015 llegaron a nuestro país nuevos partidos que prometían cambiar el sistema. No tardamos en sufrir nuevas decepciones. Guardia civil a la puerta del chalé del político que iba a acabar con «la casta» a la que pronto se incorporó, leyes defectuosas, actitudes complacientes con conductas sociales alejadas de los principios que prometieron defender… ( Me escandaliza que Podemos apoye una ley de amnistía que destruye el principio de igualdad o que sea complaciente con la modificación a la baja de los delitos de malversación).
En el fondo, toda corrupción parte del complejo narcisista del corrupto, que ve su imagen embellecida en el espejo de la ciénaga, en contraste con el feísmo de su adversario. «Me lo merezco «No es para tanto» «Peor, los otros» …
A partir de la conducta narcisista creamos un relato con el fin de explicar nuestro comportamiento. Con la narrativa adecuada, se puede cambiar de principios, de opinión, de ideas y justificar ante los demás las actitudes más abyectas. «Lo hice porque pensaba en mi patria (la que sea)». «No me gusta lo que tengo que hacer, pero peor sería que llegaran los otros».
Todo relato necesita un narrador. En el caso de la corrupción política la narrativa la encontramos en los medios de comunicación. En España, los «mass media» (TV, radio, periódicos...) se sitúan a años luz de valoraciones independientes. Fuera de la política, la corrupción afecta a todos los estratos sociales. Está mejor aceptada. Incluso, disculpada por el pueblo llano. ¿Quién no pagó alguna vez sin IVA? ¿Quién rechazó la influencia de un amigo para colocar a un familiar en un empleo público? ¿Quién no conoce a un médico que le adelanta la consulta y le evita la lista de espera? ¿Cuántos no defraudaron nunca a su compañía de seguros? ¿Cuántos simulan enfermedades para conseguir una baja laboral? ¿Qué universidad española no intenta favorecer a los alumnos de su distrito para que obtengan mejores notas en selectividad? ¿Cuántos españoles defraudan al usar mecanismos piratas para ver televisión de pago? Pudiéramos seguir con la lista de pequeñas corruptelas. Parten de la misma posición narcisista que nos permite vernos mejores de lo que somos. También necesitan un relato. «No pago IVA porque no quiero que mis impuestos se destinen a tal o cual proyecto del gobierno». «Me salto la lista de espera médica porque corre peligro mi vida». «Estoy hato de ver a mis compañeros cogerse bajas por un simple catarro. No voy a ser yo el único idiota que trabaje».
Corrupción, narcisismo y relato. La sociedad española debe exigir a sus dirigentes ejemplaridad y vigilancia. Si nos vigilan, será más difícil caer en las corruptelas del día a día. Sólo así conseguiremos una sociedad mejor y con esperanza de futuro. Si no, tendremos la sensación del poeta en La divina comedia cuando se encontró a las puertas del infierno. Lasciate ogni Speranza, Voi ch´Entrate