Es posible que el nombre de Paul Otlet pase desapercibido pero en 1934 pergeñó los planes para construir una red global que permitiría a todo el mundo navegar por millones de documentos, imágenes y archivos de audio y vídeos interconectados entre sí. Incluso describió la forma en que la gente se comunicaría gracias al envío de mensajes, los procedimientos para compartir archivos y la posibilidad de agruparse en redes sociales. Catalogar la idea de este documentalista belga como premonitoria o quimérica depende de cada cual. En cualquier caso, la red que diseñó, basada en la tecnología de aquella época, era analógica aunque anticipaba la estructura conectada con hipervínculos de lo que ahora es Internet.
Lo que entonces estaba basado en fichas y máquinas de telégrafo es ahora mismo una herramienta maravillosamente útil que materializa lo que aquel hombre imaginó. Su tesis era que desde el sillón de un aposento podría contemplarse el conjunto de la creación. Y así es. Sube uno al autobús y mira, el vecino consulta las noticias, el de al lado da cuenta al pasaje de su rifirrafe con el presidente de la comunidad de vecinos, el de más lejos aprovecha para distraerse con un juego y el último en llegar descubre que no funciona el «código QR» de su móvil y se ve obligado a mendigar para que no lo echen del transporte público.
Si uno está en casa usando el portátil la creación -tal como anticipó Otlet- también la tiene al alcance, pero en versión mejorada porque a la vez puede informarse de lo que sucede en Ucrania y Gaza, del estado de la nariz de Mbappé, de las negociaciones entre Sánchez y Puigdemont, de los últimos bulos y de los mensajes que acaban de entrar en el correo doméstico y en el servicio de wasap. En el primero predominan los anuncios de servicio de agua a domicilio y las peticiones de claves personales porque nos ha tocado un premio o porque está pendiente de recoger un paquete no solicitado. Del segundo es mejor no hablar porque la miscelánea de avisos es inclasificable aunque por suerte la función de silenciar es útil. Y todo eso sin tener en cuenta los virus informáticos que, como quien dice, ya forman parte de la familia. Da gusto estar interconectado con la creación. Menudo placer.