Las últimas quejas contra Óscar Puente, ministro de Transportes, pueden estar justificadas porque mantiene una costumbre consistente en responder casi siempre con un lenguaje y unas formas que no gustan a todo el mundo. Especialmente a la oposición. Se podría decir que utiliza un tono desabrido pero ya no resulta sorprendente porque, pese a lo que sostengan algunos, no es el único representante público español que se expresa así. Hay muchos y él no ha sido el primero. Y no es una justificación. En realidad, el problema de fondo no es una reacción extemporánea sino más bien otro de mucho más calado porque, por lo pronto, quien mire alrededor descubrirá además que esta costumbre ni es nueva ni es desconocida y tiene una antigüedad contrastada que puede examinarse en las hemerotecas. Si se añade como aderezo algunas opiniones -demasiadas ya- que pueden encontrarse a diario en las páginas de opinión de la práctica totalidad de la prensa española el resultado es un encrespamiento del clima social del país al que no son ajenos. En realidad, lo que hay delante es un problema tiznado de mal gusto, de estilo discutible, de educación ausente y de no saber estar del que no solo la clase política sino también algunos ciudadanos con hueco en la prensa, periodistas o no, son responsables. Por lo demás, resulta curioso y divertido -o patético, según se mire- comprobar cómo algunos parecen un remedo contemporáneo del protagonista de la novela de Robert L. Stevenson titulada El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Á. De hecho, sus opiniones y maneras son consumidas de forma generalizada y tienen una repercusión que quizá no ha sido suficientemente analizada ya que si bien sirven para agradar y elevar el ánimo de amigos, seguidores y correligionarios también originan consecuencias desastrosas en la convivencia desde el instante en que fomentan un encrespamiento que se imita al instante. Se dice que quien siembra vientos recoge tempestades, pero nadie alude al tamaño y duración de estas.