Dentro de tres días, el domingo, se celebrará la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia. Ocurra lo que ocurra, el resultado traerá consecuencias inimaginables por el momento y afectará no solo a los franceses sino también al resto de los ciudadanos de la Unión Europea, porque en el fondo la gran sacudida ya quedó registrada hace poco con las elecciones al Parlamento Europeo y esto último no es más que una réplica un tanto similar a las que siguen a un terremoto de magnitud devastadora. El escrutinio, al menos, servirá para despejar algunas dudas, no todas, sobre si se mantiene esta figurada tendencia ultraconservadora o por el contrario la sociedad comienza a mostrar síntomas de que la rechaza. Pronto lo sabremos.
Eso sí, al margen de cualquier consideración sobre las ventajas de este modelo de convivencia surgido en Europa tras las ruinas, el hambre y las muertes de la II Guerra Mundial, resultaría útil dedicar cierto tiempo a analizar la aparente debacle de los grandes partidos políticos cuyos rumbos parecen hoy tan erráticos como el de los buques corsarios de la Kriegsmarine, cuyo objetivo era navegar y navegar hasta alcanzar barcos mercantes enemigos y hundirlos a cañonazos. Uno de ellos, el Komet, terminó su carrera en 1942, hundido, y lo de los actuales líderes europeos empieza a ofrecer preocupantes similitudes.
Por lo pronto, cabe la posibilidad de que los sucesores de quienes hicieron de Europa un ejemplo de prosperidad se hayan vuelto cómodos, despreocupados y -a la vista de su capacidad de respuesta a las necesidades de la población- un tanto parsimoniosos. Es posible además que su reacción no haya sido muy apropiada porque antes de denostar a quienes mejoraron notablemente sus resultados electorales quizá debieron encontrar primero y analizar después las razones por las que se ha producido una desafección tan elevada entre quienes les confiaban sus votos. Después sí sería conveniente abordar asuntos peliagudos sobre los que se pasa de puntillas. Algunos son terroríficos. Sin ir más lejos, el envejecimiento de la población del continente está ahí pero nadie opina sobre su repercusión. Y no porque no se sepa. Se sabe pero, por lo visto, nadie quiere hacer de ogro.