Qeridos lectores, ¡paz y bien! Continuamos esta semana glosando la declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, que pretende llamar la atención sobre las graves ofensas a que hoy es sometida la persona humana. Y mi pretensión no es la de ahorrar a la comunidad cristiana y a la sociedad humana la lectura del documento, sino precisamente la de alentar la lectura directa de lo que la Iglesia piensa acerca de las cuestiones más candentes.
Hemos de tomamos el trabajo de buscar formación e información rigurosa y fiable, «para que no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él que es la cabeza: Cristo» (Ef 4, 14-15).
Desde los inicios de su pontificado, el Papa Francisco ha invitado a la Iglesia a «confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano» y a «descubrir que «con ello le confiere una dignidad infinita», subrayando con fuerza que esta dignidad inmensa representa un dato originario a reconocer con lealtad y a acoger con gratitud.
Es precisamente en ese reconocimiento y aceptación donde puede fundarse una nueva convivencia entre los seres humanos, que decline la sociabilidad en un horizonte de auténtica fraternidad. Por tanto, es bueno llamar la atención sobre la posibilidad de una fraternidad sin la filiación. La «Libertad, igualdad y fraternidad», divisa de la Revolución Francesa, reclama inspiración y fundamento.
Según el Papa Francisco «ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo», pero también es una convicción a la que la razón humana puede llegar mediante la reflexión y el diálogo, ya que «hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera. Se distinguen en el documento cuatro sentidos de dignidad:
1. La dignidad ontológica que corresponde a la persona como tal por el mero hecho de existir y haber sido querida, creada y amada por Dios.
2. La dignidad moral se refiere, al ejercicio de la libertad por parte de la criatura humana.
3. La dignidad social nos referimos a las condiciones en las que vive una persona. En la pobreza extrema, por ejemplo, cuando no se dan las condiciones mínimas para que una persona viva de acuerdo con su dignidad ontológica, se dice que la vida de esa persona pobre es una vida «indigna».
4. La dignidad existencial. Hoy se habla cada vez con más frecuencia de una vida «digna» y de una vida «indigna». Y con esta expresión nos referimos a situaciones de tipo existencial: por ejemplo, al caso de una persona que, aun no faltándole, aparentemente, nada de esencial para vivir, por diversas razones, le resulta difícil vivir con paz, con alegría y con esperanza.
He estado esta semana pasada en Roma, y he podido compartir unas horas con mis amigos, el matrimonio de Carlo Stasolla, romano, y su esposa Dzemilla Salkanovich, gitana de origen bosnio. Ella, mediadora social, y él presidente de una asociación de la Conferencia Episcopal Italiana, que trabaja para dignificar a los habitantes en los campos de barracas y roulottes del extrarradio de Roma.
Carlo asesora a los ayuntamientos de Italia para que, con un método participativo, los gitanos romanís pasen de campos nómadas en condiciones lamentables (sin agua corriente, sin electricidad, sin servicios, comercio…) a pueblos bien equipados. Es este un estupendo ejemplo de dignidad social.
El prefacio de su libro La raza zingara, comienza con esta cita de Eloi Leclerc: «Sólo la persona que acepta acercarse a las demás en su mismo movimiento, no para arrastrarlas al suyo, sino sobre todo para ayudarlas a ser mayormente ellas mismas, se hace realmente padre». Faltan padres, madres, hermanos, sobran manipuladores.
Carlo me decía que en su tarea percibe un miedo paralizante en los jóvenes de esos ambientes marginales. Ahogados por lo inmediato, sin capacidad de soñar. Un ejemplo de falta de dignidad existencial. Y que ese vacío total, es una oportunidad para llenarlo de Dios.
También el Papa Francisco nos dijo que la España vaciada es una llamada en este mismo sentido. Ojalá acertemos a interpretar lo que el Espíritu nos dice. Dignificar, honrar, servir al hermano, a la hermana, hijos de un mismo Padre.