Tenemos que cambiar de traje vivencial, con una legítima conversión, que es como se pueden generar procesos de entendimiento. Ahora bien, no se debe imponer nada, todo hemos de proponerlo, porque nadie tiene la verdad absoluta. Si cada uno de nosotros trabajásemos ese espíritu noble diplomático, de modo discreto pero constante, observaríamos que se pueden modificar muchas situaciones y otras absurdas realidades, ofreciendo una vida diferente, desde luego más humana. De entrada, tenemos necesidad de sentirnos unidos. Para ello, se requiere un compromiso universal en favor de los más desfavorecidos. Hemos de reconocer, por consiguiente, que nuestra gran tarea pendiente es la de edificar un mundo nuevo, cada día más fraterno y caritativo, que refleje la compasión hacia el débil y la pasión por no adormecernos. De ahí, la apuesta por salir de la confusión, de la continua falsedad dictatorial, que todo lo tiraniza al antojo del poder, enmascarándolo con un velo de beneficencia interesada. Hemos de despertar, por tanto, diplomáticamente. No son de recibo las violentas represiones contra nadie, como tampoco es compasivo que se recrudezcan las guerras y se maten indefensos sin cesar. En consecuencia, tenemos que plantarnos hábilmente, al menos para reimplantar una nueva esperanza colectiva. En cualquier caso, la paz debe continuar siendo un objetivo prioritario entre nosotros, ya que es un bien irrenunciable e insustituible. El esfuerzo al que todos estamos llamados, es el de colaborar y cooperar con sentido responsable, mediante el lenguaje del alma, o si quieren de la diplomacia, pero que guarden silencio las armas. Naturalmente, a poco que nos adentremos en nuestros espacios exteriores e interiores, notaremos esa falta de conciencia o esa ausencia de voluntad, por ser gentes de talento verídico y de talante humanitario. Sin embargo, el arte de lo posible, no es un imposible más, está sustentado en la firme y constante convicción de que es viable la renovación, con la revolución de una sana escucha y con la sintonía entre las miradas, más que con broncas mutuas, críticas infructuosas o evidencias de dominación. Que la habilidad diplomática, pues, vuelva a nuestras vidas.