Antonio Álamo

Antonio Álamo


Filósofos

22/08/2024

Ismael El Mayo Zambada, el histórico narcotraficante mexicano, se encuentra ahora en Estados Unidos, pendiente de juicio y condena. Para los guionistas de series y películas sería una bicoca porque su vida, andanzas, negocios y poder harían empalidecer al colombiano Pablo Escobar. Basta decir que por su cabeza pedían cifras astronómicas, que llevaba cincuenta años al frente del Cártel de Sinaloa como líder incontestable, que nunca fue detenido, que apenas existen imágenes suyas y que a diferencia de sus colegas mantenía un perfil bajo, que es como dicen ahora. Antes se denominaba discreción absoluta.
Si ha sido traicionado o ha negociado su entrega lo sabremos antes que otros muchos episodios cuyas incógnitas tardarán bastante en ser aclaradas. Solo hay que fijarse en el pacto que ha permitido al socialista Salvador Illa gobernar en Cataluña. Y hay más ejemplos. La única concesión que se le conoce fue una entrevista que concedió al director de la revista mexicana Proceso, Julio Scherer, hace 24 años. El periodista encontró en su mesa una nota en la que le solicitaba una cita para conocerlo. El viaje para reunirse en secreto con Zambada está descrito en la crónica de aquella reunión. Se publicó el 4 de abril de 2010 y la estupefacción fue generalizada.
Es una pieza periodística inolvidable e incluye una penetrante reflexión del narcotraficante sobre el arraigo del narco en la sociedad y la dificultad de erradicarlo. «El tiempo hizo su trabajo en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país», decía. En el fondo aludía a la linde que media entre las fórmulas de patrocinio y clientelismo propias de una sociedad tribal y el cumplimiento de la ley en una sociedad moderna. Afortunadamente, el caso de México es único entre las democracias occidentales porque el narcotráfico, emblema distintivo del país, no alcanza en otras el protagonismo que tiene allí. Los problemas en ellas son distintos. La corrupción, el silencio y el engaño, sin embargo, también tienen un alcance demoledor porque, a tenor de la impunidad con la que se ejecutan determinadas operaciones en la estructura pública de un país, invitan a admitir que la tesis de Zambada era acertada y sigue vigente. Y es polivalente.