Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Los humanos solemos somatizar todos los problemas que nos afectan

01/09/2024

Dicen los especialistas en medicina interna que se está constando una demanda creciente de pruebas endoscópicas en los últimos años. Son miles los ciudadanos que, asustados por las malas digestiones, los vómitos y las diarreas continuas, acuden al especialista en aparato digestivo porque temen estar afectados por un tumor de colon, vesícula, estomago, etc.
Los galenos que realizan endoscopias, colonoscopias o cualquier otra prueba de imagen del tracto intestinal, no dan abasto. Las listas de espera hospitalaria aumentan a la vez que cambia el perfil de los demandantes de atención sanitaria. Son ahora cientos los enfermos que acuden a las consultas hospitalarias que aún no han cumplido los cuarenta o cincuenta años. Es decir, hombres y mujeres relativamente jóvenes y fuertes que no esperaríamos ver en el médico.
Para consuelo de los hipocondriacos, en un reciente informe del Colegio de Médicos sobre los resultados de estas pruebas de diagnosis se aclara que en la mayoría de los casos no se detectan lesiones en el tracto intestinal.
Esta constatación de la buena salud del aparato digestivo lleva a concluir a los doctores que el problema que ha llevado a los enfermos a sus consultas se debe al estrés, la angustia o la depresión.
Ya decía Cervantes que la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Los seres humanos solemos somatizar todos los problemas que nos afectan a nivel emocional o psicológico. El resultado de la angustia existencial acaba afectando al aparato digestivo, independientemente de lo frugales que sean nuestras comidas o de lo sanas que resulten la dietas con que nos encorsetamos.
Muchos de los afectados por problemas digestivos «inexistentes» confiesan además graves trastornos del sueño. No duermen, o duermen poco, con continuos despertares inadecuados que les condenan a mantener todo el día una sensación de cansancio indisimulable. Acuden entonces al abuso de los ansiolíticos. España es uno de los países desarrollados donde se detecta más adicción a los tranquilizantes e hipnóticos que inducen al sueño. En el último verano, en una farmacia de Comillas comprobé que todas las personas que tenía por delante solicitaban Lorazepam. Ni siquiera los demandantes eran ancianos. Podría parecer normal que, con la edad, la cercanía irremediable de la muerte o el temor a enfrentarse a la soledad se precisara del uso masivo de estos apoyos químicos al descanso, para huir de la angustia o del miedo. Pero no. Lo alarmante está en que el uso de tranquilizantes, al igual que las endoscopias gástricas, crece entre los jóvenes. Casi siempre el diagnóstico es el mismo. Estrés depresivo. ¿Qué puede estresar a un joven de treinta o cuarenta años? Muy fácil. La insatisfacción. La sensación de que se ha equivocado, de que ha hecho todo lo que le pidieron que hiciese y no se ha visto recompensado con el premio que le prometieron. Y esos sentimientos les crean angustia, infelicidad, estrés y…problemas gástricos y de insomnio. 
Nos hemos acostumbrado a que jóvenes graduados universitarios, con trabajos estables, sigan viviendo en pisos compartidos a una edad avanzada, porque sus salarios no les permiten adquirir una vivienda de uso individual en ciudades como Madrid, Barcelona o Bilbao. Lo llevan con resignación. Es la pescadilla que se muerde la cola. El trabajo se acumula en las ciudades donde la vivienda resulta inasequible para la mayoría. Con sus salarios vivirían bien en provincias, pero en las ciudades pequeñas no hay trabajo para ellos. Creo que son víctimas de un engaño masivo a una generación muy preparada. Hemos acabo aceptando que no pueden tener un piso en que proteger su intimidad. Tampoco un coche (en ese tema, la propaganda ecologista ayuda) Los animamos a comprar ropa de segunda mano porque resulta muy «cool». Y se lo creen. Les decimos que vivir en el extrarradio de las ciudades es una opción apetecible y aconsejable. Y se llega a declarar de clase media acomodada a barrios madrileños como Tetuán o Carabanchel, donde los universitarios ocupan viviendas pensadas en su día para la clase obrera humilde y desfavorecida. Y lo aceptamos como normal. Mientras, los líderes políticos de su generación, los que han medrado con las bondades de la filosofía woke, se instalan en chalés de lujo o áticos en las zonas nobles de la ciudad.
¡Cómo no van a estar angustiados, estresados o desmoralizados! No sólo viven peor que sus padres. Es más grave. Están condenados a vivir sin futuro. Y mientras tanto siguen cumpliendo años y refugiándose en pequeños paraísos ficticios donde se sienten engañados, pero en compañía.