Se llamaba José Francisco Sanz-Requena, para todos Fran. Vallisoletano de cuna y corazón, aunque palentino por mérito y adopción. Por encima de todas sus distinciones y reconocimientos profesionales y académicos, que no eran pocos, era un ser humano excepcional, un estupendo marido, un fantástico padre, un genial compañero y un amigo sensacional.
Intentar hacer una etopeya que se ajuste, con justicia y fidelidad a su carácter, su desbordante personalidad y singular naturaleza humana, es una tarea difícil de acometer sin caer en la parcialidad. No es ninguna exageración afirmar, más bien una forma de expresar un sincero agradecimiento y profundo afecto, que su integridad moral y encarnadura personal siempre fueron incuestionables e indiscutibles, por innegables e incontestables.
En Fran se conciliaban de manera natural y espontánea -cosa muy poco frecuente en el mundo que vivimos-, el lado más afectivo, entrañable, cordial y cercano -en su condición y esencia como persona-, con la humildad, la modestia y la sencillez de un científico, investigador y docente único e irrepetible, cualidades impropias y nada ordinarias en muchos colegas de profesión.
Su repentina y dolorosa pérdida deja un hueco irrellenable en su familia, en toda la sociedad palentina y en la comunidad científica. Su muerte temprana nos priva a todos de poder seguir disfrutando de su presencia, de su ser y su vasta sabiduría. Era un astrofísico de abnegada vocación, desbordante condición investigadora y abrumadora labor de divulgación científica. Gracias a sus múltiples y diversas actividades, siempre amenas, pedagógicas y sorprendentes, muchos accedimos a entender algunas cuestiones incomprensibles y desconocidas de naturaleza sideral o astral.
Pero, sin ningún género de dudas, sus sobresalientes cualidades humanas, atesoradas y humildemente cultivadas, brillaban en él de manera estelar. Ahora, cada vez que contemple el firmamento y las noches estrelladas, sabré que estás allí. Querido compañero y amigo, que Dios te tenga en su gloria eterna. DEP.