Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


Oramos en el espíritu

24/11/2024

Queridos lectores, paz y bien. Con la festividad de Jesucristo, Rey del Universo, concluimos el año litúrgico. El Evangelio de hoy nos trae el diálogo de Jesús con Pilato en la Pasión. Y ante la pregunta de este: «¿tú eres rey?», el Señor contesta: «Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Jesús, y su misión, Jesús y su Reino, Jesús y su llamada: si somos de la verdad y no de la mentira, ya escuchamos su voz. Luego el Dios cristiano no es un Dios mudo. Además de hablar mediante la Iglesia y mediante sus criaturas, también lo hace a través de nuestra conciencia, con tal que honestamente busquemos la verdad. Y es que Jesús une su vida con la verdad, y se define como su testigo. Él da testimonio del Padre y para que lo acojamos, él y su padre nos regalan su espíritu.

Este año 2024, el Papa ha querido que lo dediquemos a la oración, como pórtico del próximo Año Jubilar de 2025. La acción santificadora del Espíritu Santo, además de en la Palabra de Dios y en los sacramentos, se expresa en la oración, y es a ella a la que quiero dedicar la reflexión de hoy: la oración. Traigo las palabras de una catequesis del Papa del pasado mes: «El Espíritu Santo es, al mismo tiempo, sujeto y objeto de la oración cristiana. Es decir, Él es el que dona la oración y Él es el que se nos dona mediante la oración. Nosotros oramos para recibir al Espíritu Santo, y recibimos al Espíritu Santo para poder orar verdaderamente, es decir, como hijos de Dios, no como esclavos».

Una constante de la catequesis del Papa es resaltar la fuerza humanizadora y liberadora del Evangelio: «Pensemos un poco en esto: rezar como hijos de Dios, no como esclavos. Hay que rezar siempre con libertad. Hoy debo rezar esto, esto, esto, porque he prometido esto, esto, esto... ¡De lo contrario iré al infierno!. No, esto no es rezar. La oración es libre. Se reza cuando el espíritu ayuda a rezar. Se ora cuando se siente en el corazón la necesidad de orar; y cuando no se siente nada, hay que detenerse y preguntarse: ¿por qué no siento el deseo de orar? ¿Qué está pasando en mi vida? La espontaneidad en la oración es siempre lo que más nos ayuda. Esto es lo que significa rezar como hijos, no como esclavos».

Y junto con la espontaneidad, la convicción de que orar, es la llave que abre la puerta de Dios, siguiendo el mensaje del cartel de la Diócesis para este curso pastoral: «Es el único poder que tenemos sobre el Espíritu de Dios. El poder de la oración: Él no resiste a la oración. Rezamos y llega. En el monte Carmelo, los falsos profetas de Baal - recuerden ese paso de la Biblia - se agitaban para invocar fuego del cielo sobre su sacrificio, pero no ocurrió nada, porque eran idólatras, adoraban a un dios que no existe; Elías se puso a orar y el fuego descendió y consumió el holocausto (cfr. 1 Re 18,20-38). La Iglesia sigue fielmente este ejemplo: siempre tiene en los labios la invocación «Ven! ¡Ven! cuando se dirige al Espíritu Santo. Y lo hace sobre todo en la misa, para que descienda como rocío y santifique el pan y el vino para el sacrificio eucarístico».

Nosotros oramos no sólo al Espíritu Santo, sino también en el Espíritu, porque no sabemos rezar. Sigue diciendo Francisco: «Es cierto, no sabemos rezar, no sabemos. Tenemos que aprender cada día. Nosotros, los seres humanos, decía un dicho, «mali, mala, male petimus», que significa: siendo malos (mali), pedimos cosas equivocadas (mala) y de la manera equivocada (male). Jesús dice: «Buscad primero el Reino y la Justicia de Dios, y se os darán también todas esas cosas por añadidura» (Mt 6,33); en cambio, nosotros buscamos en primer lugar «las añadiduras», es decir, nuestros intereses - ¡muchas veces! -y nos olvidamos totalmente de pedir el Reino de Dios. Pidamos al Señor el Reino, y todo vendrá con él».

Jesucristo, Rey del Universo, y nosotros, mujeres y hombres, ciudadanos de pleno derecho de su reinado, como reyes, sacerdotes y profetas en su Iglesia. Sólo con que pidamos, oremos, supliquemos que llegue su reinado no sólo sobre los «buenos», sino sobre todos.

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