Este domingo, el último de julio, concluimos la serie que comenzábamos el 21 de enero, con los artículos titulados, Vagabundos, Nómadas, Turistas y Peregrinos. Nos damos todos una pausa durante el mes de agosto, y retomaremos el camino, Dios mediante, el 8 de septiembre, tras las fiestas de San Antolín. Quiero dedicar esta página a hacer eco de las catequesis del Papa Francisco tituladas El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza. El Papa quiere que dediquemos de manera especial este año a la oración, como preparación al Jubileo del 2025. Nos recuerda que, sin el Espíritu Santo, no es posible encontrar a Jesús. Se nos queda muy lejos, en la Galilea del siglo I, o más allá de las nubes. Sin el Espíritu, Jesús no se encarna, no camina a nuestro lado, ni viene en cada Eucaristía, ni habita en el hermano. Pero con el Espíritu, todo eso es posible y real.
En concreto, en la catequesis del 19 de junio, se centró en que «el Espíritu enseña a la Esposa a rezar. Los Salmos, una sinfonía de oración en la Biblia». Más concretamente, cuando los seguidores de Jesús rezamos los salmos, lo hacemos en tres niveles. En el primero, los creyentes nos dirigimos a Dios desde nuestra situación. Y así lo expresa el Papa: «Como en toda sinfonía, en ella hay varios movimientos, es decir, varios tipos de oración: alabanza, acción de gracias, súplica, lamento, narración, reflexión sapiencial y otros, tanto en forma personal como en forma coral de todo el pueblo. Estos son los cantos que el Espíritu mismo ha puesto en labios de la Esposa, su Iglesia. Todos los libros de la Biblia, están inspirados por el Espíritu Santo, pero el Libro de los Salmos también lo está en el sentido de que está lleno de inspiración poética».
En segundo sentido, al rezar los salmos, contemplamos a Jesús que se dirige a Dios, su Padre y Padre nuestro. Y vemos cómo Cristo ha sido el gran orante y sumo sacerdote que ha conectado en una alianza perfecta la historia de toda la humanidad con la vida íntima de Dios. Le hemos visto rezar con doce años en el templo de Jerusalén, o lleno de gozo, en medio de sus discípulos en la casa de Cafarnaúm, o colgado en la cruz, recitando el salmo 22, repitiendo como una jaculatoria el versículo 11: «desde el vientre materno tú eres mi Dios: Elí atá!». Y eso lo ha hecho en comunión total con el Espíritu, al que llevaba retenido en su vida pública.
Y en un tercer sentido, al rezar los salmos, el Espíritu hace que sea el mismo Espíritu que ore con nosotros y en nosotros con gemidos inefables. Dicho de otra manera, el Espíritu hace que Jesús continúe en mí, en la comunidad, su eterna acción de gracias al Padre. Él la Cabeza, nosotros, su Cuerpo. Él el Esposo, nosotros, la Esposa.
Así lo expresa el Papa: «No podemos únicamente vivir del legado del pasado: es necesario que hagamos de los salmos nuestra oración. Se ha escrito que, en cierto sentido, debemos convertirnos nosotros mismos en autores de los salmos, haciéndolos nuestros y rezando con ellos. Si hay algunos salmos, o simplemente versículos, que hablan a nuestro corazón, es bueno repetirlos y rezarlos durante el día. Los salmos son oraciones «para todas las estaciones»: no hay estado de ánimo o necesidad que no encuentre en ellos las mejores palabras para convertirlos en oración. A diferencia de todas las demás oraciones, los salmos no pierden su eficacia a fuerza de repetirlos; al contrario, la aumentan. ¿Por qué? Porque están inspirados por Dios y espiran Dios, cada vez que se leen con fe».
«Los salmos nos permiten no empobrecer nuestra oración reduciéndola sólo a peticiones, a un continuo «dame, danos...». Aprendemos del Padre Nuestro, que antes de pedir «el pan de cada día» dice: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad». Los salmos nos ayudan a abrirnos a una oración menos egocéntrica: una oración de alabanza, de bendición, de acción de gracias; y también nos ayudan a convertirnos en la voz de toda la creación, haciéndola partícipe de nuestra alabanza». Puede ser una buena actividad veraniega, tomar la Biblia en nuestras manos y buscar en el libro de los salmos, o descargarnos la aplicación Liturgias CEE para rezar los laudes, vísperas...
¡Feliz verano!