Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Estampas de amor tardío

28/07/2024

En medio del largo puente vacacional del Pilar, mientras disfrutaba de una cerveza en una abarrotada terraza de la Plaza Mayor y aprovechaba los últimos días de sol y calor, pude observar una escena conmovedora que me llevó a contactar con los protagonistas para contar su historia.
Una pareja que había dejado hace tiempo los setenta años, se hacía un selfie para captar su imagen con el trasfondo del palacio del Ayuntamiento palentino. Como el consistorio de la ciudad no me parece una obra de arte capaz de suscitar tanta atención fotográfica, me fijé en los protagonistas del retrato.
Emilio era rechoncho, bajito y calvo. Vestía un pantalón oscuro que hacía excesivo contraste con un jersey amarillo de verano. No era un Adonis, pero lucía una mirada bondadosa y unos gestos faciales que denotaban satisfacción y confianza. 
Noelia, alta y delgada, se cubría con un elegante vestido de verano de color gris perla. Los zapatos de tacón de la mujer acentuaban aún más la diferencia de estatura de los personajes.
Noelia cogía por la cintura a Emilio en el instante del autorretrato. Sus largos brazos no bastaban para circunvalar la barriga del hombre. La mujer sonreía a la cámara del teléfono móvil, Parecía muy satisfecha de la compañía.
Emilio había vivido toda la vida en Mansilla de la Mulas, entregado al duro oficio de agricultor. Poseía una heredad notable que, una vez jubilado, había arrendado a un labrador de su pueblo. Disfrutaba de una suculenta renta anual. Cuando dejó de trabajar se compró un piso en León para pasar el invierno y la primavera en la capital. En verano y en otoño le gustaba regresar al enorme caserón familiar que habían ocupado sus ancestros desde tiempo inmemorial.
Emilio se había quedado soltero tras varios intentos de noviazgo con mujeres de la comarca. Las candidatas siempre acababan rechazando la propuesta matrimonial debido a la exigencia de tener que residir en el pueblo. El vaciamiento de los municipios agrícolas está provocado en parte por el rechazo de las mujeres a asentarse en el mundo rural. 
Se acostumbró a la soltería con gran dignidad. Ni siquiera la muerte de los padres, que acentuó su extrema soledad, le hizo cambiar de actitud. Ni acudió a agencias matrimoniales ni a páginas de búsqueda de pareja en un desesperado intento de encontrar señoras que quisieran vivir en el campo. 
De forma excepcional, tras los insistentes ruegos de sus amigos, había aceptado viajar el último invierno a Benidorm para pasar dos semanas de vacaciones y relax en un hotel por un módico precio, gracias a las subvenciones del estado.
Noelia, que había enviudado hacia tres años, también viajó con el Imserso ese mismo invierno. Conoció a Emilio en uno de los muchos eventos que organizaba el hotel para hacer más amena la estancia de los jubilados que allí se alojaban. Había trabajado como enfermera en Madrid. Sus hijos volaban independientes. Incluso los nietos ya eran mayores y no requerían las atenciones de la abuela.
Emilio y Noelia se conocieron bailando pasodobles.
«¡Qué ironía! He pasado del rock de los setenta a los bailes de salón cincuenta años después», bromeaba Emilio. «Ni siquiera me gusta bailar». Cuesta imaginar al calvo y regordete leonés moviendo cabellera y caderas al ritmo de los Rolling Stones. La magia entre tan desigual y singular pareja surgió en esas dos semanas de asueto. No se despegaron ni un momento en todas las vacaciones. Se contaron sus vidas, se rieron, se enamoraron.
Emilio, de pueblo. Noelia, capitalina. No pensaron en los inconvenientes que les depararían sus alejados domicilios. Vivieron con entusiasmo el momento.
Hacía ya cinco meses que habían regresado de Benidorm. Se llamaban por teléfono todas las noches. Se ponían al corriente de su día a día y manifestaban sus mutuas añoranzas.
 En Palencia habían vuelto a encontrarse después de su idílico romance invernal. Noelia había subido al AVE en Madrid y Emilio en León. La ciudad castellana a orillas del Carrión les pareció un lugar perfecto para citarse. Estaban disfrutando como unos adolescentes y se hacían fotografías en un lugar tan estéticamente discutible como el Ayuntamiento palentino.
Seguro que no iba a ser la última cita de la pareja. Tras un bello proceso, o bien Emilio se convertiría en un urbanita entusiasta, o bien Noelia acababa abandonando el Foro para asentarse en un pequeño pueblo de la Tierra de Campos leonesa. Amor omnia vincit.