Si no fuera por las consecuencias derivadas de las tres medidas propuestas por el gobierno, beneficiosas o perjudiciales según el resultado de la votación, la gestión de los apoyos para su aprobación tiene cierta gracia y rezuma ironía si se contempla desde cualquier punto de vista. Uno de los supuestos socios del gobierno, Junts, se negaba el martes a sumar sus votos para aprobar los tres decretos de su plan anticrisis. En juego estaban rebajas fiscales en los alimentos, bonificaciones en el transporte, cambios en los subsidios de paro e impuestos para banca, entre otras medidas que además permitirían desbloquear la entrega de diez mil millones de euros en fondos de la Unión Europea.
¿Cómo terminó el asunto? Pues como terminan aquellas casas que comienzan a construirse por el tejado. Mal. O no tan mal pero con choteo generalizado si se tienen en cuenta los apuros que Félix Bolaños pasó también anteayer cuando tuvo que ponerse en contacto con Cuca Gamarra para ver si su partido, el PP, le prestaba los votos que el partido catalán le negaba. A eso se le llama negociar y hasta ahí todo parece normal y sensato. Lo gracioso, sin embargo, es todo lo complementario que rodea al asunto puesto que quien solicitó la ayuda es precisamente quien no hace mucho pidió levantar un muro frente a quien ahora recurrió.
Termine como termine y se mire como se mire queda la sensación de que el gobierno no extraerá conclusiones racionales de este episodio puntual porque cuesta creer que una vez que haya conseguido su objetivo no volverá a la carga con esa cantinela tan suya de desacreditar todo cuanto no coincida con sus intereses y que se resume en una expresión manida: «somos progresistas y los demás no». La cuestión, sin embargo, merece una reflexión más pausada y compleja porque además de tratarse de un asunto con un tenue barniz de tinte ideológico lo es también de paciencia y hartazgo. De paciencia de la de quienes escuchan a diario frases así. Y de hartazgo ante proclamas emocionales. Por algo parecido aunque bastante más grave y en circunstancias descritas en la historia escribió Cicerón las cuatro Catilinarias. El comienzo de la primera podría servir como respuesta en casos como este. Solo son tres líneas.