El pasado domingo se celebró el día del periodismo -todos los días son el día de algo- pero poco se habló de ello. Había otros asuntos que acapararon toda la atención mediática. Las elecciones en Cataluña y el estrepitoso fracaso de Zorra no aceptado por sus promotores de RTVE, tenían demasiado interés para que los periodistas hablaran de sí mismos y de su trabajo. Sin embargo, nunca antes el periodismo ha tenido tanta fuerza social como en la actualidad. No en balde se le llama el cuarto poder debido a la determinante influencia que tiene en la sociedad. Hasta tal punto es así, que los diferentes medios, las emisoras de radio y televisión que abundan en la actualidad se estructuran simétricamente acordes con las diferentes tendencias políticas de la sociedad española. Por ello, elegimos determinado medio en función de lo que deseamos leer o escuchar. Cuando compramos un periódico o sintonizamos una emisora o canal televisivo, lo que verdaderamente esperamos es la confirmación, bien expresada, de nuestro modo de pensar o de interpretar la actualidad política. Sin embargo, todos los instrumentos de transmisión pública de información, sin excepción, subrayan su pretendida independencia de toda ideología, añadiendo al nombre del periódico el adjetivo independiente como garantía de objetividad de los periodistas que lo elaboran. Esa presunta independencia resulta tan inalcanzable que el presidente del gobierno la niega explícitamente de un modo maniqueo cuando considera que los medios que critican su actividad política son transmisores de fango. Olvida el presidente que los periodistas tienen que ser críticos con el poder y no ceder ante las presiones que reciben continuamente . Independencia no es objetividad. Las personas no somos objetivas. Todos tenemos un modo personal de pensar y de entender lo que sucede. Somos seres emotivos influenciables por nuestro lado emocional que tan bien manejan los políticos cuando tratan de convencernos en su favor. El buen periodista también lo sabe utilizar, pero debe expresarse no solamente con la obligada sujeción a la verdad de sus informaciones y comentarios, sino además con claridad y corrección lingüística.