Hace 25 años, exactamente el 12 de abril de 1999, se inauguraba en la catedral de Palencia la séptima edición de Las Edades de Hombre. El título de aquella exposición, "memorias y esplendores", resulta particularmente sugerente. Y yo quiero con estas líneas, contribuir a que los actos y muestras que se puedan realizar a lo largo de este año y hasta el 31 de octubre, fecha de la clausura de aquel evento, no tengan el sabor de la nostalgia, y la coloración de algo pasado, y por definición, trasnochado. La Fundación Las Edades del Hombre, de la que los obispos somos los patronos, tiene el reto de mostrar y poner en valor el arte religioso que en la Edad Media y Moderna ha convertido a Castilla en una de las regiones de Europa más activas y ricas en este capítulo.
Hoy me parece relevante que dediquemos un momento a pensar cómo se relacionan cultura y patrimonio. La cultura no es sin más el patrimonio. En su sentido profundo, la cultura es una acción, mientras que el patrimonio material tiene que ver más con la posesión. Y la Iglesia no es en primer lugar una gran inmobiliaria que acumula objetos preciosos que se han ido tejiendo, forjando, pintando o modelando a lo largo de los siglos. Siendo ese ya de por sí un hecho muy valioso, para la Iglesia el arte sigue siendo el vehículo para un viaje, el recurso para un encuentro con quien es la Belleza, la Libertad y la Vida.
Los esplendores que los cristianos anhelamos no quedan opacados y deteriorados con el paso de los años. Todo empezó en la Palestina del siglo I, y se consumará cuando vuelva el Señor, el Rey. El Cardenal José Tolentino Mendonça, prefecto del Dicasterio de Cultura y Educación, daba una magnífica conferencia en Catalonia Sacra, el pasado 28 de febrero. En ella desarrolla el genuino sentido del patrimonio cultural. Se habla y valora el patrimonio inmaterial, y también podemos hablar de patrimonio espiritual y religioso. Este tiene la fuerza de abrirnos a otra dimensión, ya que libera nuestros ojos y nuestro corazón frente a la contingencia. Es decir, las obras de arte, tienen la capacidad de ponernos en contacto con nuestro propio corazón.
El olvido es, junto con la ignorancia y el descuido, uno de los enemigos de la vida. Y la Iglesia, madre y maestra, nos recuerda y nos remite en todo tiempo y en este tiempo pascual a nuestro origen, al inicio, a nuestro nacimiento a la Vida. En una cultura obsesionada por mostrar perfiles perfectos, sublimes, fantásticos, el cristianismo nos enfrenta también a nuestra herida vital, y nos recuerda, en palabras del poeta Joan Margarit, que "una herida es también un lugar para vivir".
Tenemos sed de absoluto, de belleza, de grandeza, y el arte tiene la capacidad de hacernos resonar espiritualmente. Necesitamos relanzar una evocación sentimental, no nos bastan las ideas, los proyectos. Las imágenes de los pasos de Semana Santa, por ejemplo, nos liberan de nuestro individualismo y hasta de nuestro egoísmo, y nos hacen "tocar" a Jesucristo, muerto y resucitado.
Los creyentes queremos llevar la alegría del Evangelio a todos, y tenemos como una de nuestras tareas esenciales, decodificar el patrimonio de cara a los más jóvenes. Ellos viven en otro código cultural, su sensibilidad es otra. Y en nuestro mundo se está consumando una ruptura entre las generaciones, es decir, los recién llegados carecen de claves y herramientas para interpretar la vida y el mundo. La dictadura tecnológica y los totalitarismos amenazan el legado de la cultura occidental. Tenemos como tarea propiciar la cadena de la transmisión de la fe. La barbarie del 68 propugna que toda transgresión de suyo es buena, que todo límite ha de ser barrido. La propuesta artística invita una y otra vez a repensar de manera nueva la herencia cristiana.
¿Cómo propiciar que niños, jóvenes, adultos y ancianos dialoguemos con Pedro Berruguete, Alejo de Vahía o Felipe Vigarny? En nuestro mundo en el que los vínculos están en crisis, podemos establecer una relación no sólo cognitiva, sino cálida y amorosa con ellos. Estaban enamorados de Dios y expresaron la belleza de la redención. Ahora nos toca a nosotros actualizar de manera creativa ese diálogo de Dios con el ser humano. Nada más apasionante que irradiar con gozo el esplendor del amor y de la fe. Las Edades del Hombre nos invitan a recrear con la inspiración divina una nueva civilización. Ellos lo lograron. Ahora nos toca a nosotros.