José María Nieto Vigil

Sin Perdón

José María Nieto Vigil


Carrero Blanco III

17/01/2025

20 de diciembre de 1973. Vino mi padre a recogerme al colegio. Estaba serio, silencioso y preocupado. No decía nada, salvo que había ocurrido algo gravísimo en España. Y debía ser así, porque por las calles y plazas no se veía un alma. Tampoco había esa febril y bulliciosa circulación de coches y autobuses urbanos tan habitual en Madrid. El ambiente era desolador y frío. Se imponía un estruendoso silencio, extraño y artificial, pensaba yo. En cada esquina, en cada calle principal, había controles de los «grises» con sus sirenas apagadas pero con sus luces intermitentes encendidas. Me resultó tremendamente impresionante. Jamás olvidaré el recorrido hasta mi domicilio, situado en la confluencia entre las calles López de Hoyos y Alfonso XIII.
Al llegar a casa, mi madre estaba pegada a la televisión con lágrimas en los ojos y muy atenta a lo que retransmitía el parte informativo. Yo no alcanzaba a entender lo que estaba ocurriendo. Pregunté y la contestación de ella, de ascendencia vasca, fue la decir sinvergüenzas y canallas. No sabía a quién se refería pero lo dijo con profundo sentimiento y tono rotundo. Durante el transcurso del resto del día, mi padre, en un ejercicio de pedagogía, me explicó que no estábamos para celebraciones ni alegrías, dado lo referido con una gran solemnidad y preocupación. Entonces entendí cómo una ciudad como Madrid había enmudecido de manera tan estridente.
En aquella infausta jornada, Franco estaba en cama, tenía fiebre y se encontraba muy cansado tras la visita del secretario de Estado Henry Kissinger. Asumió, como era preceptiva la jefatura de Gobierno el vicepresidente, Torcuato Fernández-Miranda, quien tenía que adoptar todas las medidas preceptivas de rigor. La cuestión más peliaguda era la de comunicárselo al caudillo de España. ¿Quién pondría el cascabel al gato? La responsabilidad era máxima y el respeto reverencial enorme. La situación se resolvió apelando a su médico habitual de cabecera, camisa vieja y amigo personal de Su Excelencia, Vicente Gil García, vallisoletano de pro, de Bolaños de Campos para ser más precisos.
Seguiremos hablando de ello.