Hay pocos dispuestos a pagar por la verdad en tiempos de mentiras; y si la verdad es vituperada, la responsabilidad es escamoteada en un espectáculo de ostentación de impunidad y de provocación a los ciudadanos. En este ambiente ramplón el progresismo tiene la palabra.
Es necesario caer en la cuenta que la civilización mediante la cual respiramos y vivimos hunde sus raíces en el cristianismo. A través de la cultura en sus distintas manifestaciones, hemos visto que el instrumento para adaptarse a los cambios de las distintas épocas, ha sido el sacrificio. En la tradición cristiana los principales actos de sacrificio se dan en la confesión y en el perdón. Mediante la confesión sacrificamos o humillamos nuestro orgullo, y mediante el perdón sacrificamos o humillamos nuestro rencor; de esta forma se renuncia a la soberbia del yo y restablecemos la armonía moral y social. Pero el perdón no es una palabra mágica que una vez pronunciada hace su efecto como el 'bálsamo de fierabrás', sólo puede darse bajo determinadas condiciones. La más esencial es confesar y reconocer la falta por parte del ofensor y este reconocimiento exige reparación de los males causados. Estos actos de humillación hacen que el ofensor se ponga al nivel de las víctimas y sea posible el perdón. Esto lo encontramos en la tradición judeo-cristiana e incorporado en nuestra cultura, pensemos lo que se hace ante un tribunal: confesamos las faltas, compensamos a nuestras víctimas y nos obligamos unos a otros a rendir cuentas de los comportamientos que nos impiden confiar unos a otros.
Así pues, la obligación de rendir cuentas de los cargos públicos no es más que una herencia cultural de nuestra civilización, por eso, cuando llegan al poder los utópicos y los planificadores progresistas o totalitarios, lo primero que realizan es hacer desaparecer la obligación de rendir cuentas, también llamada responsabilidad. Y si no hay responsabilidad no hay autocrítica y, por tanto, ninguna posibilidad, dada la misma situación, que cambie su comportamiento. Estos solo hablan de su responsabilidad cuando los jueces lo recogen en sentencia. Nadie está a salvo de la dolorida fraternidad de estos próceres progresistas.