La destrucción llega a nosotros. Cancelamos lo que ya no sirve sin otorgarle otro destino mejor; destruimos por el placer de destrozar. He conocido personas del ámbito de la construcción que son felices derribando. Alguien me decía al visitar una obra: «El yeso está mal dado, pero déjales que pinten y al final les hacemos tirar los yesos y la pintura».
El afán de derribar sin provecho suele desaparecer con el uso de razón. Si un juguete ya no lo valoramos se adapta, no se destroza. Reconvertir al estado primigenio es incivil, supresor de recursos y valores.
¿Por qué se llega a la destrucción? ¿Por qué los excedentes de caballos en Australia se despeñaban tirándolos al mar o los tiroteaban desde helicópteros? ¿Por qué se suprimen los gallineros para evitar la densidad de población en las jaulas y no se ofrecen otras alternativas más sugerentes y que mejoren la economía?
¿Cuál es la causa de destruir balsas despreciando la función que cumplen y no reconvertirlas? ¿O de destruir las obras de arte, o el rostro de una mujer bella? La razón es la misma de quien destruye en la playa un castillo de arena construido por un niño. Se ha llamado Teoría del Excedente.
Albert Camus, en la guerra fría, en enfrentamiento entre derechas e izquierdas, responde a la cuestión filosófica en uno de sus ensayos en L'Été: «Hay que rechazar el fanatismo, reconocer la propia ignorancia, los límites del mundo y del hombre, el rostro amado, la belleza, ese es el campo de reunión con Grecia».
Las ideologías totalitarias seguras de sí mismas, de su razón, no admiten otra salida que la dominación; ambicionan la esterilidad, el silencio o la muerte del oponente. Desconocen la moral de los límites, donde el fin no justifica los medios y el dogma no llamea en el corazón del pensamiento. En 1948 Camus discutía con Mauriac sobre los excesos nazis y aseguraba: «Aquellos que pretenden saberlo y resolverlo todo acaban siempre por matar».
Se ha establecido un frente popular contra media España, seguro en su totalitarismo ideológico, al que Sánchez encuentra con demasiados excedentes y del que entrevemos su final.