Nacer en el año del crac de la bolsa neoyorquina y contar con tan sólo siete años cuando estalló la guerra incivil española no parecían augurar una vida fácil a Ascensión.
Había venido al mundo en Las Cabañas de Castilla, pero muy pronto se trasladó con su familia a Comillas, donde su padre explotaba un negocio de carbonería. Aún en la edad de la inocencia, le tocó vivir (sin comprender) cómo su padre permanecía preso y condenado a muerte en el barco prisión Alfonso Pérez anclado en la bahía de Santander, los primeros meses de la rebelión militar de Franco. Los niños de Comillas, crueles como sólo la infancia disculpa, cantaban cerca de su casa coplas denigrantes. «Con la cabeza de tu padre vamos a hacer un puchero para cocer los garbanzos que alimentan al obrero».
Su padre sufría las consecuencias de pertenecer a la Falange de Hedilla y no oponerse al levantamiento contra la República.
Cuando Santander fue conquistado por el ejército de Franco, el padre volvió a Comillas donde siguió con su negocio de venta de carbones. El ejército de la República le había expropiado su camión. Los alzados le ofrecieron otro de origen ruso, cuando la provincia cambió de bando.
Ascen, acabada la guerra, estudió en el colegio de monjas de Cóbreces y se examinó de ingreso en el Instituto Marqués de Santillana de Torrelavega. Era una niña avispada, brillante, que no encontraba dificultad en el aprendizaje de ninguna materia.
Cuando la familia regresó a Castilla para hacerse cargo de una importante heredad agrícola, Ascen vivió bastantes años en Palencia bajo el amparo y la tutela de sus tíos carnales, la familia Ruiz de Gopegui. Era la mayor de diez hermanos y se vio privilegiada por el ambiente intelectual de la familia del tío Sóstenes, por entonces jefe de Correos y Telégrafos en la capital castellana. Superó el durísimo bachillerato de siete años de la época y también la exigente prueba de acceso a estudios universitarios. Todo se le daba bien, pero poseía una natural facilidad para las ciencias en general y para la química en particular. Hubiera podido llegar a ser una excelente farmacéutica o una catedrática de química orgánica.
Dos caprichos del destino acabarían afectando a su vida.
Era mujer, En aquellos años no se consideraba prioritario que una fémina estudiara y fuera a la Universidad. Ascen hubo de conformarse con habilitarse como maestra nacional tras hacer un curso intensivo que convertía a los titulados con Bachiller Superior en docentes de enseñanza primaria.
El otro factor que truncó su futuro académico hay que buscarlo en el amor romántico. La aparición de Apelio, un gigantón de Santillana de Campos, quizás menos brillante, pero provisto de una bondad, equilibrio emocional y valores éticos innegociables, empujó a Ascen a un noviazgo precoz con el joven maestro terracampino.
Desde que se casaron toda la vida del matrimonio estuvo dedicada a sus hijos. Trabajo, ahorro, clases particulares extra, maratonianas horas tejiendo jerséis, venta de pólizas de seguro… Economía de privaciones para que sus tres retoños pudieran ir a la Universidad a la que no habían acudido los padres.
Años duros hasta que sus hijos acabaron sus carreras y empezaron una vida independiente. Sólo entonces pudieron comprar su primera casa y años más tarde, acostumbrados como estaban al ahorro, una segunda vivienda en Comillas, lugar de veraneo de la familia en la actualidad.
Todo parecía sonreír por fin a Ascen y Apelio. Pero el destino, el azar es cruel e inclemente. Un cáncer mal diagnosticado y peor tratado puso fin a la vida del marido a los 67 años, cuando ya se había jubilado y se predisponía a vivir plácidamente la vejez junto a su querida esposa.
Nunca se vio a Ascen una cara de dolor y sufrimiento como en aquellos primeros años sin su Apelio. Se refugió en sus hijos y nietos y siguió adelante con la determinación de los valientes.
Ascen va a cumplir sus primeros 95 años en mayo. Es una mujer recuperada, inteligente, moderna, hábil con las tecnologías digitales, y extremadamente bondadosa y generosa. Impresiona y causa estupor verla moverse en las redes sociales, hacer un Bizum a sus nietos o estar al corriente de la actualidad por su habitual lectura diaria de los periódicos. Lee compulsivamente cuanta novela o relato cae en sus manos, una vez descargados en su ebook.
Además, sigue cuidando a sus hijos desde un modelo de tolerancia que le permite ser empática con las actitudes y conductas de gente muy alejada de sus principios y valores. No odia a nadie. Es comprensiva y disfruta de cada día como si fuera el último de su existencia. Si sus hijos disfrutaron de su maestría cuando, siendo niños, les explicaba matemáticas o sintaxis, hoy pueden seguir gozando de sus habilidades culinarias y de su destreza en la repostería. Y de su amparo.
Tengo el privilegio de ser su hijo.