Tiempos de cobardía espiritual y de dignidad rota, pero de fuerte compromiso con el que distribuye la pitanza. Compromisos con alcahuetes de economías ajenas, con tornasoles de ideología y con miserables de toda laya. Nunca he visto tanto compromiso con la degradación moral que invade nuestra democracia. Como de las estrellas extinguidas que sólo nos queda una tenue luz en el fondo del cielo, así de los grandes hombres no sé si queda esa lucecita que nos dejaron o se ha extinguido ya, lo que si queda es ese moho de mediocridad que lo invade todo: el gruñido y el rebuzno nos llegan demasiado cerca, y esa cercanía hiede. La clase política da asco, es decir, repugna e induce al vómito. Tienen cuerpo de hombre pero en realidad son monstruos: en las riadas de Valencia ningún político ha retrocedido ni un solo paso ante los muertos. Son auténticas hydras, es decir, serpientes de nueve cabezas que su aliento de sangre y saliva envenena. Todos los temas los envenenan en su propio beneficio. Los ciudadanos han visto, por fin, en manos de quien estamos. Si ahora no nos suscitan «temor y temblor» es que la situación de la ciudadanía no es mejor. Pero hemos visto hasta ahora, con mayor o menor dificultad, que el estado nos protegía, pero a partir de este momento, tendremos que protegernos de un estado donde la responsabilidad está en quiebra. Esto es lo que han visto con claridad los jóvenes. Esta clase desterrada de la dinámica social de la vivienda, de formación de una familia, del trabajo… ha visto que es justo que los afectados por las riadas del Levante puedan rehacer su vida. Y sintiéndose parte de las relaciones de vecindad, de pertenencia, de las costumbres de este país han dado un ejemplo a estos políticos sin osamenta, demasiado flexibles a la corrupción y muy rígidos al deber. Un soplo de aire fresco está recorriendo la sociedad española y haciendo que se nos recomponga el estómago al resto de los ciudadanos. Hemos visto gente organizarse para llevar enseres y alimentos a la zona cero y se nos humedecen los ojos, la construcción del «nosotros», esta capilaridad de relaciones en torno a esta desgracia es la Nación, que está viva, pero ¿Dónde está el estado?