Carmen Quintanilla Buey

Otra mirada

Carmen Quintanilla Buey


Va por ti, Rosa

07/10/2023

Rosa es una mujer encantadora. Mi amistad con ella nació porque tras un acto poético llevado a cabo por mí, recibí una efusiva felicitación suya, y paso a paso hasta aquí hemos llegado. En el pueblo se la conoce por Rosa la Pajera porque su marido se apellidaba Pajero, y no sólo no le importa la definición, es que acrecienta su recuerdo, ya que le perdió por la dichosa pandemia, y le está costando muchísimo asumirlo. Pero, hoy, quiero ponerla como ejemplo de autosuperación, ya que está poniendo todo lo posible de su parte para vencer una situación que la dejó hundida, pero sabe  que si ella se lo propone lo va a lograr, ya que la fuerza de voluntad ante las adversidades es un privilegio. Y pasea hasta La Trapa... y acude a reuniones..., es una gran repostera que fabrica dulces riquísimos... y, ayer, me la encontré en la calle, y me dijo: -Pensaba ir hoy a tu casa a llevarte un regalo, es que he aprendido a pintar en tela, y te he hecho un pañito de mesa, pero ven, ven a mi casa, y te lo llevas ya.--- Y fui, y allí tiene montado su taller con pinceles, frascos, telas....También tiene muchas plantas en macetas, incluso en la ventana de la cochera hay un colección de cactus, que ha protegido con tela metálica, porque al ser una calle muy transitada teme que se los roben. En fin, que me afiancé en la conclusión de que no hay nada para vencer las malas rachas como la fuerza de voluntad. Juzgo por mí, que en los momentos difíciles, el privilegio de vivir en Castilla, logra que  piense y repiense mis cosas, tendiendo la vista hasta lejanías inmensas, sin una sola montaña que me cierre el paso. Y, como contraste, hace ya unos cuantos años que obtuve el primer premio de relatos de Castilla y León, con una biografía de mi abuela paterna, que no fue precisamente un ejemplo de superar adversidades, y en un párrafo cuento -mejor dicho, cuenta-: «No quise volver a mirarme en el espejo. Tejía y enroscaba mi pelo por cálculo sintiendo grandes impulsos de clavar mis horquillas hacia dentro, dejé secar mi jardín, y me moría de frío en aquella cama blanquísima y grandona. Me decían que tenía las ojeras muy negras, y yo, a juzgar por las arrugas de mis manos, la poca tersura de mis medias, y el flácido descuelgo de mis senos, comprendía que me estaba haciendo muy vieja...». -Ella lo dijo, yo lo cuento en mi libro-. Lo siento, abuela, pero prefiero la teoría de Rosa.