Identificamos la censura con la reprobación que se ejerce sobre obras del ámbito de la cultura ( libros, imágenes, cine, etc.) con objeto de 'proteger' la capacidad de gobernar al poderoso. En el campo de la cultura -más concretamente en literatura- ha existido siempre el temor a la difusión de ideas que pudieran resultar amenazantes para el poderoso. Tan antigua como la escritura y tan viva en la actualidad como lo fue en el pasado. A este respecto se exhibe en la Biblioteca Nacional, en Madrid, una interesantísima exposición El infierno y las maravillas, que muestra aquellas obras que fueron consideradas peligrosas en su tiempo y que la biblioteca conservó en lugar inaccesible, conocido como infierno. Se trata de un magnífico homenaje al libro, no solamente como continente de cultura, sino también como objeto artístico per se. En la exposición podemos observar que en la antigua Mesopotamia, donde nace la escritura en tablillas de arcilla, hay registro de destrucción interesada de algunas de aquellas tablillas por parte militar. En la antigua Roma ya existió el cargo de censor, encargado de gestionar el censo y la moralidad pública. En este punto, la censura religiosa -todas las religiones la han practicado en mayor o menor medida- condena toda idea considerada peligrosa. Es lo que hoy ocurre en algunos países en los que existe una policía religiosa que persigue la homosexualidad y los derechos de las mujeres. El fuego ha sido el modo más antiguo de ejercer la censura. Recordemos el episodio de El Quijote en el que el cura y el barbero queman los libros considerados culpables de la locura del caballero. La historia nos cuenta la más trágica hoguera. Ocurrida en 1933 en veintidós ciudades alemanas donde se produjeron hogueras con obras escritas por judíos. En la España actual, la censura se practica mediante la política de la cancelación, consistente en hacer desaparecer el nombre y las obras de escritores cuyo pensamiento el Gobierno considera antagónico. Censura ideológica sin la menor duda.