En estos momentos de crisis, es imperativo no olvidar nuestro deber de ser copartícipes, de compartir y de actuar con imparcialidad respecto a esos pueblos abandonados y a esa ciudadanía desfavorecida. Sin embargo, lo cierto es que estamos fracasando en todo, en parte porque a todos nos corresponde la tarea de establecer un nuevo sistema de relaciones de convivencia asentadas en la ecuanimidad y en la auténtica adhesión.
La política, se ha denigrado tanto que ya no es la poética del donante entregado a la causa de servicio, ha pasado a ser un gran negocio, que suele buscar el bien de sus seguidores, no el de toda la colectividad. Dada la situación, resulta imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada de la ética y amplíen sus espacios morales. Para empezar, procuren que haya trabajo decente para todos, educación y salud sin exclusiones.
Este actual cultivo hacia una cultura de confrontación, además nos está empedrando el corazón. Necesitamos otros soplos de reencuentro, de mano tendida y extendida, al menos para activar el lenguaje de la conciliación. No podemos continuar con esta inhumanidad, deshumanizándonos por completo. Al mismo tiempo, el mundo está fallando a los trabajadores humanitarios y, por extensión, a las personas a las que sirven. Asimismo, las violaciones a las leyes internacionales universalmente aceptadas han de concluir de una vez y para siempre.
Mi apuesta por ese horizonte benefactor integral en todo el planeta conlleva, por tanto, a que la concordia se promueva a diario y se tutele continuamente, en la única gran familia que es la humanidad. No se puede permitir que se alargue esta frustración, es el período de que quienes están en el poder pongan fin a la impunidad de hechos intolerables que suelen ejecutarse habitualmente. La política, se ha denigrado tanto que ya no es la poética del donante entregado a la causa de servicio, ha pasado a ser un gran negocio, que suele buscar el bien de sus seguidores, no el de toda la colectividad. Dada la situación, resulta imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada de la ética y amplíen sus espacios morales. Para empezar, procuren que haya trabajo decente para todos, educación y salud sin exclusiones. Este actual cultivo hacia una cultura de confrontación, además nos está empedrando el corazón. Necesitamos otros soplos de reencuentro, de mano tendida y extendida, al menos para activar el lenguaje de la conciliación. No podemos continuar con esta inhumanidad, deshumanizándonos por completo. Al mismo tiempo, el mundo está fallando a los trabajadores humanitarios y, por extensión, a las personas a las que sirven. Asimismo, las violaciones a las leyes internacionales universalmente aceptadas han de concluir de una vez y para siempre.
Mi apuesta por ese horizonte benefactor integral en todo el planeta conlleva, por tanto, a que la concordia se promueva a diario y se tutele continuamente, en la única gran familia que es la humanidad. No se puede permitir que se alargue esta frustración, es el período de que quienes están en el poder pongan fin a la impunidad de hechos intolerables que suelen ejecutarse habitualmente. Por otra parte, la sociedad en su conjunto tiene que huir de la pasividad; es evidente que solo juntos, coaligados en fraternidad y solidaridad, podremos curar las heridas y reconstruirnos mutuamente. En consecuencia, quizás tengamos que conocernos más y reconocernos mejor en el camino existencial, para poder aportar esperanza y vida.