No es exclusivo del ámbito hostelero y rulan por doquier. Campan a sus anchas. Retozan, incluso, y como tengo menos caracteres en las quincenales del mes de agosto, iré al grano a cara de perro.
Quizá les suene ese trabajador veterano, experimentado en su oficio, que se aferra de manera obstinada a su rol en la organización, o, bueno, al que por sus cojones «tiene que ser su rol, para convertirse en engranaje insustituible del mecanismo estructural de funcionamiento.
El problema real es que, consciente de la pericia acumulada a lo largo de los años, tiende a monopolizar los conocimientos y habilidades adquiridos y rehúsa, con deliberación estratégica de bisturí fino, compartirlos con sus colegas, especialmente con los más jóvenes o inexpertos.
En su afán de saberse y tornarse en irreemplazable, fundamental e indispensable, asume más y más responsabilidades centralizando todo en torno a su figura para ser visto como el único que puede garantizar el correcto funcionamiento del negocio.
Si bien puede parecer un comportamiento beneficioso a corto plazo, a largo tengo mis dudas, porque, soliendo ser solventes, frenan el avance de ciertas organizaciones por el detrimento con el que «obsequian» a sus compañeros o subordinados.
¿Miedo al reemplazo en un entorno cambiante? ¿Profunda necesidad psicológica de validación y reconocimiento? ¿Inseguridad? ¿Exposición a la obsolescencia? ¿Miedo a perder su estatus o a la reducción de su valor ante sus superiores? ¿Conducta proteccionista ante una autopercepción frágil? ¿Ninguna de las anteriores? ¿La suma de todas ellas o de unas cuantas?
Algunos llegan a revolcarse en la ciénaga maloliente de la maldad humana con tal de salirse con la suya. No todos, pero haylos.