Si se deja a un lado la reciente piñata de Sánchez, denominada así en honor al presidente del Gobierno, habrá que admitir que las navidades han sido tranquilas por una vez. El episodio en sí es vergonzoso y dice lo suficiente sobre quienes lo han protagonizado, lo han ideado y los que no lo han condenado, quizá porque todos ellos, sin excepción, están inmersos en una cruzada. Como en los viejos tiempos en España. O como en el Medievo, una época en la que Jerusalén fue para algunos lo mismo que La Moncloa es ahora para otros. Por lo demás, no hace falta insistir, entre otras razones porque -cruzadas por cruzadas- aquí la última que tuvimos causó vergüenza en el mundo occidental. De las medievales también se podría decir algo parecido porque fueron igual de sonrojantes y sorprendentes.
Mijail Zaborov dejó un libro, Historia de las cruzadas (Sarpe. 1985), que, aunque trate de asuntos ajenos a piñatas y se dedique a destripar aquellas operaciones militares, tiene cierta utilidad porque permite descubrir que lo que se contó sobre las causas que las originaron no guardaba excesiva relación con los intereses que se escondían tras tanta proclama religiosa. Mucho recuperar Jerusalén, sí, pero un silencio absoluto sobre los fenómenos económicos y sociales de los europeos entre los siglos XI y XIII, sobre la difícil situación de las masas populares, sobre los intereses comerciales de las ciudades del norte de Italia o sobre la necesidad del Papado de elevar su prestigio ante los emperadores germanos. Y hay más.
Con la piñata de Sánchez pero también con otros desvaríos parecidos utilizando las figuras de Feijóo, el Rey y otros personajes está ocurriendo algo parecido a lo narrado por Zaborov porque se utilizan semejantes procedimientos a los empleados en la Edad Media para justificar la existencia de las cruzadas. En aquella época estaban Pedro el Ermitaño, Walter el Indigente, Urbano II y una larga lista de ideólogos. Los nombres de algunos profetas contemporáneos pueden encontrarse entre las páginas de opinión de la prensa española. Resulta más difícil pronosticar, eso sí, el resultado final de esta aventura aunque, por si alguien no lo sabe, los paganos de aquella piñata fueron quienes la secundaron.