Tiene razón el Rey Felipe VI cuando invita a cuidar el bien común por encima de cualquier otro objetivo partidista, a poner de verdad a las personas en el centro de todo objetivo social o nacional, cuando pide serenidad, consensos y un pacto de convivencia. Se dirige a todos los ciudadanos, pero en la diana están los políticos que provocan una confrontación permanente que sólo conduce al desastre.
Yo creo que uno de los males de este tiempo es que nos abrazamos poco. Me excluyo. Yo lo practico y lo recibo con generosidad. Los abrazos mejoran la salud, impactan en nuestras emociones, fortalecen los vínculos, reducen el estrés, refuerzan el sistema inmune, crean un ambiente de seguridad y confianza. Los abrazos elevan la oxitocina, una hormona que produce los sentimientos positivos, calman el dolor y rejuvenecen el corazón. En definitiva son un pilar fundamental en el fortalecimiento del afecto, la salud emocional y la felicidad.
Hay quien abraza árboles o animales y hay abrazos icónicos como el de Juan Genovés o el de Picasso. Hay abrazos de amor, abrazos de madre, abrazos de encuentro y de despedida, abrazos rotos, abrazos interminables y otros tan leves, tan distantes que no son abrazos. Hay frases y miradas, escuchas también, que parecen abrazos. Hay quien dice que la duración recomendable para que de verdad sea un abrazo es de veinte segundos. Pero lo mejor de los abrazos es que son un acto de generosidad, no cuestan dinero, son un regalo que no se puede comprar en ningún comercio. Cuando das uno, recibes otro. Y todos necesitamos, al menos de vez en cuando, un abrazo sincero.
No digo yo que haya que ir a los abrazos forzados entre políticos, esos que viven la enemistad como un ejercicio gimnástico diario, de ese video creado con Inteligencia Artificial que ha dado la vuelta a España y que termina con el beso en la boca de los Reyes eméritos. Bastaría con que fueran capaces de dialogar, de respetarse y de darse la mano.
Yo apuesto por más abrazos y menos insultos. Más visitas a la gente que se ha quedado sin nada, como las de los Reyes a la zona cero de la DANA, y menos o ninguna a Puigdemont. Más cercanía con los vulnerables y menos con los corruptos. Más solidaridad y respeto al diferente y menos odio y resentimiento. Más acompañamiento y menos soledad. Más consensos y acuerdos y menos disputas estériles. Más bien común y menos intereses particulares. Más diálogo y menos querellas. Más verdad y menos mentiras. Más puertas abiertas y menos muros. Más alegría y menos crispación.
En Roma, el Papa Francisco ha abierto la puerta de la esperanza, la puerta del Jubileo, la puerta que acoge, que abraza, que redime. También tiene que haber esperanza para la política. Dice Eduardo Galeano que "hay un lugar donde ayer y hoy se encuentran, se reconocen y se abrazan. Eses lugar es mañana". No sé si es porque me invade el espíritu navideño y la cercanía de un año nuevo que siempre nos parece que puede cambiar las cosas, pero yo quiero abrazar la esperanza de que sea así. Y no se pueden dejar abrazos pendientes, esos acaban siempre por enquistarse en el corazón.