No negaré que mis expectativas con el libro de Walter Lippmann eran altas. No es que A preface to politics tuviera que ser necesariamente bueno, pero el sujeto fue un icono para muchos en los medios de comunicación. Así que, en algún punto había que leerlo para tener criterio propio.
Desde el principio te deslumbra su inteligencia, dotes de observación y un agudo conocimiento sobre la condición humana. A medida que avanza el libro, te pierdes porque ya no sabes de qué pie cojea y aquí empiezan los problemas.
El talento cínico no es un bien escaso, sino que abunda con facilidad. Construir relatos realistas, por brutales, no requiere mucho esfuerzo. Con un mínimo de sensibilidad se puede destripar cualquier institución, organización o acción humana. Somos seres imperfectos y resulta imposible ejercitar desde el principio hasta el final un acto perfecto.
Nuestras intenciones deben ser buenas, nuestros actos morales y confiar que el resultado se ajuste a lo anterior. Si comprobamos que las consecuencias son nefastas o imprevistas, mantenerse en la acción es un ejercicio de soberbia o de suprema estupidez; este sano pragmatismo era necesario para frenar vanamente la ola de puritanismo que asoló Estados Unidos.
Con frecuencia comprendemos la libertad desde la perspectiva errónea, no significa hacer lo que uno quiera, sino que el poder público no te castigue por no hacer lo que el Estado quiere que hagas. Por eso el código penal en una democracia debería ser reducido. Tiene que limitarse a proteger a los ciudadanos de acciones tan peligrosas que pongan en peligro la convivencia.
En las últimas décadas, ha crecido la corriente moralista que piensa que la ley es el instrumento correcto para moldear conciencias y transformar individuos. Esta tendencia solo incrementará el número de los delincuentes, dificultará la eficiencia policial y a largo plazo se impondrá la ley del más fuerte. Lo expuesto no es teórico, porque la ley Seca fue una dolorosa enseñanza.
Existen enfermedades sociales visibles como la prostitución, el consumo de drogas, el alcoholismo, las agresiones sexuales, etcétera. Solo hemos sido eficaces con el tabaquismo. Empieza a ser oportuno que nos preguntemos si la estrategia actual está siendo efectiva, es sostenible a medio plazo o no está provocando efectos contraproducentes.
La contradicción intelectual en Occidente es palmaria. No se puede conjugar una defensa del subjetivismo como creador de derechos con un puritanismo normativo penal. No se puede estar en misa y repicando.