El municipio de Guernica y Luno surge en el siglo XIX cuando se unen administrativamente la anteiglesia de Luno y la villa de Guernica, fundada en terrenos pertenecientes a Luno, si bien cada entidad conservaría su derecho propio; la anteiglesia el derecho foral de la Tierra Llana de Vizcaya, y la villa el derecho común castellano. Esa es la nota que groso modo cuentan los rincones donde se habla de la historia de este lugar. Pero cada pueblo tiene a su vez pequeñas y curiosas historias que te ayudan a comprender lo que preocupaba en aquel tiempo. Hoy me detengo en una escritura de compraventa y capitulaciones matrimoniales que se otorgaba en la Anteiglesia de Lauquiniz, el 3 de abril de 1897 ante don Luis Enríquez Herrero, notario del ilustre colegio de Burgos, con residencia en la Anteiglesia de Munguía. El precio de esta venta es de 2625 pesetas que manifiesta el interesado haber recibido por lo que se le otorga carta de pago. Que la donación de los bienes reseñados la hacen los cónyuges donantes, reservándose la mitad del usufructo vitalicio. Ambos construirán junto a la casa de Ugalde una habitación que han de disfrutar vitaliciamente y a falta del último que muera disfrutará también su hija, mientras permanezca soltera. La casa llamada Ugalde, mide unos setenta estados cuadrados o dos áreas y 76 centiáreas. Consta de una habitación o piso llano, dividida en una cocina, dos alcobas, portalada; cuadra con su pajera; desván, con su horno en el frente y una fragua de herrería en el costado. Una huerta que comparte vivero al norte y zaguera de la casa. Se habla en este documento de un «terreno inculto con camino por la parte del sur de la heredad» y señala que los frutos de la leña de todos los montes de la casa serán a medias. Entre los muebles y utensilios que reciben los herederos se citan varias camas con sus mudanzas; seis sábanas valoradas en 42 pesetas; ocho camisas en 32 pesetas, además de varios vestidos y toquillas. Se cita unos corsés valorados en diez pesetas; mantillas, dieciocho; tres pares de zapatos, doce; un paraguas, seis; seis estampas valoradas en nueve pesetas, una saya, dos cestillas y entre la numerosa cacharrería, un barreño valorado en 6 pesetas; una artesa, cuarenta y cinco; una cómoda, setenta; una balda, cuarenta; y una mesa de alcoba entre otras muchas bagatelas. Dice el notario: «a mi lectura íntegra y en voz alta y enterados de su contenido lo aprueban en todas sus partes, firmando con los testigos los que saben, y no firmando cuatro de los presentes que manifiestan ser analfabetos». Parece que fue ayer y qué vuelta ha dado todo en ciento veinte años.