Decía hace unos días Joan Manuel Serrat que, en tiempos de medias verdades, o de mentiras puras y duras, "un mundo banal y ficticio se nos está cayendo encima".
La alerta de Serrat se cruza en mi diaria inmersión mediática con la lectura de un artículo de Germán Gorraiz. Sostiene este analista navarro que vivimos ametrallados por las falacias y las frases prefabricadas. Su patológico resultado sería la pérdida de conciencia crítica en una sociedad inhabilitada para el debate sereno, constructivo y respetuoso con el discrepante. Amén.
El momento reflexivo nace de los ecos del caso Errejón, a partir del debate sobre si en ese sector del espectro político -la izquierda a la izquierda del PSOE, como solemos decir- descuidó el funcionamiento de los mecanismos de prevención, detección y depuración de conductas machistas en partidos comprometidos con el feminismo y la moralidad pública.
Los dirigentes de Sumar y Más Madrid se disculpan públicamente porque esos resortes preventivos y depurativos no funcionaron. Mal dicho y defendido. Los mecanismos estaban disponibles. Lo que no funcionó fue la voluntad de aplicarlos, porque primó evitar que el descrédito de los jefes de la marca hubiera causado males mayores para la marca misma.
La reacción es típica en el mundo de la política frente a un ataque de contrariedad como el que supone tener a un dirigente señalado por su incapacidad para gestionar sus apremios hormonales. Lo de Errejón no es nuevo en la historia de la Humanidad. Véanse las "Confesiones" de San Agustín, donde hasta el teólogo de Hipona reconoce que sufría "cruciales momentos tratando de saciar mi insaciable concupiscencia".
Lo habitual es, como digo, la reacción de las organizaciones que operan en la lucha por el poder ante los pecados de la carne. La reacción es transversal, pensada para demostrar al rival político que en materia de lucha contra el machismo aquí se lava más blanco. Tan transversal, en fin, como el pecado de la prepotencia masculina sobre el llamado "sexo débil". Así que, tanto lo de Iñigo Errejón como lo del futbolista Dani Alves, cursa como dosis de recuerdo sobre la transversalidad política, social, económica y cultural del machismo. La testosterona impone su ley a progres y fachas, pobres y ricos, analfabetos y genios.
Vuelvo al caso Errejón, en razonamiento de cercanías. A su gente solo le queda constatar el daño a dos mitos tambaleantes. Uno, el machismo es cosa de la derecha. Y dos, el feminismo es patrimonio de la izquierda. A partir de ahí el movimiento Sumar debería buscar la forma de reubicarse después del escándalo Errejón, que era su cara visible en el Congreso de los Diputados.
Pero sin ruedas de molino ni argumentos falaces, por favor.