La guerra comercial desatada el pasado 9 de abril ha atrapado a Europa en su peor momento en décadas como consecuencia de haberse esforzado mucho en los últimos años para boicotear cualquier brote de fortaleza interna. Protagonista de este debilitamiento ha sido la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, que suma en su debe el gusto por el populismo fotogénico con una ausencia clamorosa de pensamiento estratégico. Aún valorando sus logros en el proceso de vacunación contra la covid-19, su gestión ha naufragado en lo fundamental: en dotar a los 27 del peso internacional que le corresponde por su capacidad económica; en posicionar a la Unión en los desafíos políticos, económicos y sociales del siglo XXI, y en modernizar los anquilosados mecanismos para favorecer una mejor integración de sus ciudadanos. Problemas centrales como la competitividad empresarial y el reto demográfico y cuestiones vitales como la geopolítica han estado ausentes de su agenda con resultados dramáticos para la convivencia y el futuro, como es el auge de los movimientos populistas que corroen desde dentro las propias bases del sistema.
Von der Leyen es culpable de llevar a una crisis sin precedentes -y veremos si irreversible- a un pilar del bienestar europeo como es la automoción, para lo que ha contado con la complicidad y el impulso de la exvicepresidenta española Teresa Ribera que, como premio, ha obtenido el puesto de número dos de la Comisión por lo que caben pocas esperanzas de que el anunciado viraje en la materia sea algo más que otro trampantojo. Mientras en Bruselas se empleaban en desmantelar sectores económicos, el talento europeo emigraba, sus empresas se veían incapaces de competir y su tecnología perdía definitivamente el tren del siglo XXI en favor de Asia y Estados Unidos. Eso sí, Europa se ataba al ambicioso objetivo ambiental de salvar ella sola al Planeta, sin importar que apenas el 8 por ciento de las emisiones contaminantes procedan de los países comunitarios. Siempre es más vistoso para una fotografía aparecer de heroína mundial que la aburrida rutina de mantener el empleo.
En estas circunstancias se debatía la UE cuando la declaración de guerra comercial y el sometimiento de la agenda de Trump a la de Putin irrumpió en la geopolítica mundial para evidenciar que, pese a las advertencias, la Comisión no estaba preparada. La torpeza de las primeras reacciones ha sido elocuente y perjudicial, especialmente en sectores como el vino. De ahí, el desconcierto de las cancillerías han buscado salidas domésticas a una crisis que sólo podrá gestionarse desde la unidad y desde un giro de políticas de una Comisión que, ante la imposibilidad de cambiar de personas, debe centrarse en lo fundamental, que no es otra cosa que evitar que Europa quede como un actor secundario en un nuevo orden mundial.