El entusiasmo es esa inclinación a permanecer gozoso y positivo, valorando los diarios e inmerecidos regalos de la vida; disfrutando de lo que llega y sintiéndonos privilegiados con lo que tenemos al alcance de la mano. La alegría de vivir, que no otra cosa es el entusiasmo, es la principal muestra de sabiduría y lo que más abundancia de bien transmite entre los que nos rodean. Esa ansiedad de no disponer de todo lo que se nos antoja –además de ser imposible– es, tal vez, lo que más desgraciados nos hace. Importa lo que importa: vivir de dentro afuera. Cosechamos lo que sembramos. Lo dice bellamente el mexicano Amado Nervo, lujo del modernismo hispano, en uno de sus sonetos más celebrados: «cuando planté rosales, coseché rosas». El problema es que, como la autodisciplina cuesta, resulta más cómodo abandonarse y sembrar espinos, sin darse apenas cuenta; y, como no podría ser de otra forma, se cosechan espinas. Permíteme recomendarte, amable lector, tomar cada mañana una dosis de optimismo vital, para que no se te bloquee el corazón. La vida me ha enseñado que salir de uno mismo e ilusionarse con lo que tenemos, desde la aceptación y la gratitud, es lo que arrincona el miedo y enseña a no ahogarse en un vaso de agua, lejos de discordias, sin sacar las cosas de quicio o hacer un drama de cualquier bobada. Cuando estamos a gusto con nosotros mismos y con los demás, nuestro único deseo es compartir y disfrutar unos de otros. Nunca se insistirá suficientemente: lo grande es lo pequeño, lo normal, lo cotidiano. Lo más grato y placentero es el quehacer en paz de un día y otro día. Por la cuenta que te trae, solía repetir mi inolvidable Bernabé Tierno, «busca el trato con personas equilibradas y sensatas, que disfruten haciendo el bien a sus semejantes y tengan sentido del humor.» Es verdad. Esa compañía es el mayor tesoro, además de una eficaz ayuda, cuando lleguen –que llegarán– las horas bajas y más lo necesites. Naturalmente resulta inevitable tropezarse, en la vida, con mediocres, estúpidos, trepas y seres vacíos y primarios; el secreto está en no reparar en ellos y seguir caminando confiadamente, con normalidad y autoestima, sin olvidar aquel consejo de Baltasar Gracián: «si todos los necios se han de tolerar, mucha paciencia será menester». Nada debe arrebatarnos los deseos de superación y la curiosidad por la vida. Nada. Es Gracián, también, quien advierte, para que nadie se lleve a engaño, con exageración barroca, claro, en su 'Oráculo manual y arte de prudencia': «son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen». No lo sé. No pretendo convencer de nada. Pero sí de algo estoy persuadido, –y con esto termino– es que la mayor ración de felicidad tal vez se halle en el ejercicio cotidiano de contribuir, de una forma u otra, a acrecentar el entusiasmo en los demás. Un seguro atajo para vivir contento y hacer feliz al otro.