In memoriam de un palentino escribo hoy.
Pocos manejan el arte del silencio y la prudencia cuando atisban algo de la sabiduría, más bien se ven impelidos a comunicarlo urbi et orbe. Pocos deciden dedicar una vida al estudio desde temprana edad y sin alharacas. He sido testigo de eso mismo en muchas etapas de la vida de Domingo García Ramos Lo vi desde muy niño, cuando a los ocho años ya era el número uno de la clase de primaria en el viejo Marqués de Santillana de las Casas del Hogar; en el bachillerato del Jorge Manrique fue un estudiante sobresaliente; en los campamentos desde muy joven el responsable de la formación; en los estudios de magisterio en Madrid fue el número uno, siendo acceso directo a la función pública y sin opositar debido a sus matrículas de honor; después siguió estudiando, fue doctor en Ciencias Políticas e historiador, profesor-tutor en la UNED.
Los ocho últimos años, socio fundador del Ateneo de Palencia, fue un ateneísta comprometido. Recuerdo cómo tras una presentación de un libro de Peridis, fuimos a acompañarle a la estación, y él le entregó unos recortes que tenía guardados del periódico Informaciones con los primeros dibujos del conocido y querido viñetista. Añadiré que he sido testigo de su afinidad y defensa acérrima del programa de la bondad, ejercitando siempre de hombre bueno en la disputa, y con un talante repleto no sólo de su inteligencia sino de su fina ironía, arma del intelectual. Esa casilla, la de intelectual, la de teórico, nunca la quiso abandonar, y a pesar de las invitaciones que le formulamos en los últimos años para dirigir secciones o actividades en el Ateneo, siempre declinaba pasar a la acción. Era de reflexión.
Domingo deja la huella del hombre bueno y silencioso, orgulloso de su familia, tanto de su hijo médico, como de los éxitos y brillantez de sus hermanos. En el Madrid de la transición y su efervescencia política, el Madrid de la prisa o en la Palencia de la calma chicha, se condujo de igual forma, como el estudioso que analiza la vida social y política con la lente del estudio. Y a pesar de mi insistencia nunca quiso presentar su libro Instituciones palentinas durante el franquismo. ¡Lo que cuesta despedir a un amigo desde la infancia! Para la ciudad, para los vecinos ilustrados, la pérdida de un intelectual como Domingo siempre es un dolor, y una pregunta añadida, por qué tardamos tanto en reconocer a los mejores.