La mañana, aunque no de niebla, sí que dio paso a una tarde de paseo, o más bien, puesto que se trataba del Domingo de Ramos, a que se pudiera asistir sin las amenazas meteorológicas anteriores a una de las procesiones más singulares y conmovedoras de la Semana Santa, el Santo Rosario del Dolor. Organizada por la histórica Cofradía de la Santa Vera Cruz, esta marcha penitencial no solo transita por las calles, sino también por la memoria viva de una ciudad profundamente vinculada a su fe.
Con puntualidad inglesa, a las 18 horas comenzó la procesión desde la sede de la Vera Cruz, en la misma calle a la que da nombre. Hay que decir estuvo acompañada en este desfile de cofradías hermanas de Carrión de los Condes, Osorno, Herrera de Pisuerga y Valladolid.
A las puertas del monasterio de Nuestra Señora de la Piedad, de las Dominicas, se rezó el primer misterio y se recogió a Nuestra Señora del Dolor, una imagen de vestir del siglo XIX que cada año las religiosas dejan a la cofradía para diversos actos (esta procesión y el Ofrecimiento del Dolor, que se celebra el Sábado Santo por la tarde antes del desfile en la iglesia conventual de San Pablo).
El segundo misterio se rezó en el interior de San Pablo, con lo que dio paso a la incorporación a la procesión del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, una talla anónima del siglo XVI, en madera policromada, de estilo gótico, con rasgos arcaizantes y con ciertas reminiscencias hispano-flamencas, realizada en torno al año 1520.
Ambos pasos avanzaron en un silencio solemne, roto solo por el murmullo de las oraciones y los acordes graves de la Agrupación Musical de la Vera Cruz. La procesión se detiene en varios templos de la ciudad como la parroquia de María Estela y la iglesia de San Ignacio y Santa Inés donde se meditan, respectivamente, el tercero y cuarto misterios dolorosos del Rosario.
El momento culminante llega con la subida hacia la ermita del Cristo del Otero. Allí, al pie del majestuoso monumento de Victorio Macho, los cofrades rezaron el último misterio y las letanías a la Virgen. Es una escena cargada de simbolismo: el esfuerzo físico de la ascensión se funde con la elevación espiritual de quienes participan o simplemente observan.
Cuando caía la noche, el cortejo descendió de nuevo hacia el centro de la ciudad. Alrededor de las diez, el convento de San Pablo acogió el último acto de la procesión: la despedida hasta el próximo año.
Los orígenes de la procesión del Santo Rosario del Dolor se remontan nada menos que a 1588, en el contexto de la Armada Invencible. Entonces, los cofrades elevaron sus oraciones por los marineros que partían a una incierta batalla contra Inglaterra. Hoy, siglos después, aquel gesto se transforma en un acto de recogimiento que asciende, literalmente, hacia uno de los iconos más reconocibles del patrimonio palentino: el Cristo del Otero.
Rescatada en 1999 tras décadas de silencio, esta procesión ha logrado reinsertarse con fuerza en el calendario litúrgico palentino. No es una más; es, quizás, la más contemplativa. Un acto en el que la tradición, la historia y la espiritualidad se entrelazan para ofrecer una experiencia que sobrecoge tanto al devoto como al curioso.