Si hay un tema que no pasa de moda es la indumentaria. Ahora es muy fácil entrar en una aplicación móvil y encargar ropa o visitar un comercio local y probarse las últimas tendencias. Hace años esto no resultaba tan sencillo y, aunque las mujeres también querían lucir sus mejores galas, tenían que currárselo un poquito más y coser y bordar a mano cada una de sus prendas.
La cabeza iba tapada con una manteleta o pañuelo, dependiendo de la ocasión, que cubría el cabello recogido en un moño normalmente. Había varias maneras de hacerlos, el más tradicional se realizaba atando el pelo en una coleta que se trenzaba con la que se realizaba el moño, sin raya. En cambio, otros tipos de moño sí que llevaban raya en medio.
En la parte superior la mujer solía lucir camisas, chalecos y muy variados pañuelos, así como chambras, y en los días de fiesta, cuando la ocasión lo merecía, los jubones y trajes de gala brillaban por el adorno de sus pedrerías, en los casos de las más adineradas, de negro azabache. Los terciopelos, telas brocadas y puntillas desfilaban camino a la iglesia, así como los encajes más sofisticados.
El jubón es una prenda que cubría la parte superior del cuerpo desde el cuello hasta la cintura, ceñida y ajustada al cuerpo, tapando el cuello y con muy diversos diseños a base de jaretas, lorzas, puntillas, pasamanerías, sedas, rasos y con variados tipos de mangas, entre otras, las abullonadas o mangas de jamón. Solían llevar forros para darle rigidez o podía ir emballenado.
Otra prenda que se empleaba era el justillo, que se ponía sobre la camisa. Esta no tiene mangas, por lo que las de la camisa quedan al descubierto. Las camisas, que solían realizarse con lino, estaban, en muchos casos, adornadas con nido de abeja en escote y puños o ajustadas con lazos en los puños.
Los corpiños y justillos solían ir sujetos al cuerpo por un cordón y tenían escotes cuadrados, en pico o redondos.
Entre las faldas, que ni qué decir tiene tenían que ser largas, pues la minifalda no estaba en la mente aún de las gentes de la época, podían aparecer manteos, sayas o rodaos, prendas normalmente pesadas por el material con que se hacían, paños y estameñas por lo general.
Los manteos abiertos se colocaban alrededor de la cintura quedando montado un lado sobre el otro en la parte de atrás, son los denominados rodados, rodos o rodaos, solían hacerse con sayal, estameña o paño fuerte.
Los adornos que presentan son muy variados, ya que pueden llevar tiras o franjas de paño o terciopelo negro liso. Otros llevan los denominados picados, que son mucho más vistosos. Se realizan con tiras de paño que se recortan con la forma de algún dibujo y se cosen encima con pespuntes que van alrededor de todo el dibujo, en otras ocasiones van bordados.
Las sayas y los manteos son piezas bastante largas y cerradas, también elaborados con materiales como el sayal, la estameña, bayetas y paños de distintos grosores.
Se hace imprescindible hablar del traje de novia de entonces, las mujeres no usaban vestidos blancos como en la actualidad, sino que la mayoría se casaban de negro. Uno de los motivos de aquello es que las novias de origen humilde no podían permitirse comprar un vestido blanco ya que lavarlo sería prácticamente imposible y no era nada práctico ni económico tener un vestido para una única ocasión, eso antaño era impensable, por lo que se decantaban por un vestido que poder usar en más ocasiones, el negro era sinónimo de elegancia por lo que en las festividades solía recurrirse a este color.
Una prenda imprescindible en todo traje era el mandil, prenda variopinta donde las haya, por la multitud de colores y diseños, así como la variedad de tejidos empleados, comúnmente con bolsillos los de faena o diario y sin ellos los de gala.
Las mujeres tradicionalmente siempre llevaban el mandil o delantal, tanto para realizar tareas domésticas o en el campo como para ir arregladas. Se coloca encima de la saya cubriendo la parte delantera y protegiéndola de la suciedad y el roce.
Las mujeres de antaño también gustaban de lucir complementos, entre los que destacan los pendientes, collares y broches, aunque algunos de ellos sólo podían permitírselo las que pertenecían a clases más acomodadas.
Y en el caso de los bolsos aparece la útil faltriquera, donde se guardaban la llave de la casa o el rosario, entre otros, era una especie de bolso que se ataba alrededor de la cintura y que se podía hacer de ganchillo, paño o cualquier tejido que se tuviese a mano. Se colocaba debajo del delantal y en muchas ocasiones llevaban bordadas las iniciales de la dueña.
Como la confianza se va forjando, llega el momento de hablar de los paños menores usados antaño, las enaguas eran imprescindibles, no se concebía una mujer bien ataviada sin sus refajos. Las enaguas generalmente de tela blanca, con puntillas de ganchillo o bolillos y vainicas, el refajo era una falda de ganchillo, y los pololos que al parecer empezaron a emplearse de un modo un poco más tardío.
«Los inviernos de ahora no son como los de antes» se oye decir muchas veces, de ahí que para resguardarse del frío las mujeres usaban quitafríos o mantones de lana o pelo, normalmente en tonos negros y con flecos, también usaban toquillas que tejían con cuidado y esmero en sus hogares.
Hablando de indumentaria, adornos y complementos no podemos olvidar la famosa banda palentina que, aunque no era parte de la indumentaria como tal antiguamente, va adquiriendo gran importancia en el mundo del folklore y la tradición palentina.
Y llegando en estas horas, llega la hora del adiós como cantaban entonces. «Allá va la despedida y con ella me despido que yo ya no canto más que me está entrando frío».
*Beatriz Esteban Alonso es presidenta de la Asociación Folclórica Reino de Castilla.