Revivir la historia y recordar lo vivido

Antonio Pérez Henares
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El camino de Cruces, esencial desde el Atlántico al Pacífico, fue desde el siglo XVI la vía de comunicación más trascendental para los españoles, y ahora también para este centenar de aventureros

Recreación de Balboa, que tuvo que acatar la orden real.

Balboa llegaba a la cima de su gloria y había descubierto el Pacífico, el mundo cambiaba, se hacía grande y más español, con aquel descubrimiento y aquel paso. Su hazaña se reconocía tanto en el Nuevo Mundo, por parte del virrey Diego de Colón, como en la Corte en España. Nada hacía presagiar lo que estaba a punto de desencadenarse y que acabaría en el peor de los finales posibles. Vasco Núñez de Balboa sería decapitado, con varios de sus hombres, después de ser detenido por quien fuera su teniente y segundo en poner pie en el Pacífico, Francisco de Pizarro, ahora a las órdenes del Gobernador Pedrarias, con un juicio amañado, con sentencia dictada previamente, ejecutada de inmediato y sin aceptar apelación, el 17 de enero de 1519.

 Balboa había llegado al Mar del Sur el 29 de septiembre, descubierto después las islas de las Perlas y retornado a Santa María de la Antigua del Darién el 19 de enero de 1514 cargado de riquezas y en la plenitud de su fama. Cuatro meses más tarde desembarcaba allí su Némesis, el nuevo Gobernador, Pedro Arias Dávila, para todo el territorio bautizado ahora como Castilla del Oro, a quien debía someterse aunque a él se le seguía considerando Adelantado y al mando de la parte que había descubierto y repoblado. Balboa acató la orden real pero Pedrarias no hizo sino conspirar contra el descubridor desde el inicio contando con el apoyo del viejo y enconado enemigo de este, el Bachiller Enciso al que trajo en su séquito. La pugna fue constante, de hecho Pedrarias aceptó como solución el casar a su hija con Vasco, y el matrimonio por poderes, se celebró en Madrid, pero no llegó a consumarse, pues antes de que la novia llegara a las Américas, el suegro aprovechó una excusa y le cortó la cabeza a su yerno y rival. Pero hoy Balboa es historia respetado y querido, también en Panamá, cuya estatua preside la capital, la moneda lleva su nombre y la cerveza más popular, también. Y con su efigie y su morrión, faltaría más. Pedrarias solo es recordado por su vesania y furor. (1) 

 A los expedicionarios de España rumbo al Sur, por su parte, los dejaba en mi relato celebrando en el Pacífico aquella gesta y visitando las zonas que reclaman ser el lugar donde por vez primera recaló Balboa. Ascendieron a Pechito Parado, desde donde diviso el océano, aunque muy a la distancia, e hicieron una primera recreación de su entrada y toma de posesión al que se bautizó como Mar del Sur. Después la ruta regresó al Darién y allí la expedición vivió una de sus jornadas, para el cronista quizás la más intensa, de cuantas se han vivido en la ruta. Fue el día en que se marchó por el famoso Camino de Cruces buscando su final en Gamboa y atravesando el lago para desde allí ir a pernoctar bajo el gran Fuerte de San Lorenzo de Chagres. 

El grupo de aventureros de España rumbo al sur, en la embajada española de Panamá.El grupo de aventureros de España rumbo al sur, en la embajada española de Panamá.Las seis horas por las trochas de la selva siguiendo la vieja ruta quedarán para siempre en la mochila de mis recuerdos. Fueron devastadoras, agobiantes, empapadas de sudor, barro, dificultad, cansancio…, y las que, ahora, tras lograr culminar el empeño, no cambiaría por nada. Sufrí, resoplé, desesperé, chapoteé, resbalé, me pinché, y acabé con la ropa, el sombrero, camisa, pantalón, calzoncillos y botas empapadas. Una vez y 100 hube de salvar obstáculos de quebradas, troncos, cenagales, angosturas, mosquitos, hormigas y espinas.

Y, lo peor, la opresión de la jungla, del infierno verde que te rodea por doquier y que sabes que te acabaría por asfixiar si te perdieras allí. Cuando divisé el lago y las barcas que nos esperaban para atravesarlo se me aventó el corazón. Caminé junto a más de 100 jovencísimos aventureros y tuve la suerte de poderlo hacer en la cabecera, con Telmo Aldaz, su jefe de monitores y dos extraordinarios guías.

Uno de ellos, el coronel Apuleyo, 76 años, toda la experiencia y saber, casi el redescubridor de la ruta y su senda empedrada de la que quedan importantes vestigios y que ha marcado fielmente el primitivo camino en compañía de quien es ya su continuador en la tarea, un joven aún pero ya veterano sargento. Este fue quien, conmigo justo detrás, iba desbrozando a machetazos los peores pasos y a quien terminé por pegarme y seguir.

En plena selva de Camino de Cruces en la que hubo que desbrozar a machetazos para hacer senda.En plena selva de Camino de Cruces en la que hubo que desbrozar a machetazos para hacer senda.Pocas veces he aprendido más. Ni cuando ya a la vista de las aguas abiertas, topé con unos nativos que, sabedores de nuestra llegada, habían abierto allá un puestecillo con frutas donde disfruté de un trozo de sandía y una rodaja de piñaque jamás me habían sabido tan bien en la vida.

El camino de Cruces fue en su tiempo, y desde comienzos del siglo XVI, la vía de comunicación más importante para los españoles. El cruce esencial desde el Atlántico al Pacífico. Las naos hispanas llegaban a Nombre de Dios y las mercancías en esa dirección iban luego hasta el fuerte San Lorenzo de Chagres, de allí por el río hasta Gamboa y ya cogían la ruta a mula y pie a Panamá. Conquistado el imperio Inca, se hizo aún más importante pues era por donde llegaban a la Contaduría de Portobelo para embarcar hacia la España las riquezas, el oro y la plata desde Perú.

Bajo el fuerte de San Lorenzo llegamos nosotros también. Era la fortaleza que guardaba la entrada. Se había levantado por orden de Felipe II a finales del siglo XVI (1598) y cumplió muy bien su cometido. Solo sucumbió una vez. Fue el 6 de enero de 1671 cuando el pirata Morgan con cerca de 6.000 hombres, se lanzó contra él y sus apenas 200 defensores. Combatieron los españoles hasta que el último cayó. Morgan asesinó a los 15 supervivientes antes de lanzar hacia Panamá a la que terminó por asaltar y destruir.

Tormenta tropical en el campamento en isla Las Perlas.Tormenta tropical en el campamento en isla Las Perlas.Los españoles no reconstruyeron la ciudad derruida sino que la levantaron en el que ahora está la Ciudad de Panamá, la capital.

El Fuerte de San Lorenzo se fortificó y se mejoró en 1730 y 1761 no siendo ya jamás tomado.

 Yo lo había visitado anteriormente con la Ruta Quetzal en 1999, con Miguel de la Quadra Salcedo. Acampamos entonces en el interior de la fortaleza, a la que vino a visitarnos el entonces presidente Toro Valladares. La visita en esta ocasión se frustró.

Un huracán

Pero de piratas íbamos a tener que seguir hablando mucho, pues la siguiente parada no era otra sino la de Portobelo, que los sufrió y los derrotó en muchas ocasiones y en cuyas aguas yacen enterrados en un ataúd de plomos los restos del más famoso. Un verdadero canalla, un tal Francis Drake cuyo maestro en el oficio fue otro también perecido en aquella su última singladura, el negrero Hawkins. 

Ambos, tras múltiples fechorías, asesinatos, violaciones, pillaje y saqueos, fueron esta vez a topar con los fuertes españoles ya levantados y en activo de El Morro en Puerto Rico, allí llegó el final de Hawkins, Cartagena de Indias y el propio Portobelo, donde Drake fue arrojado al mar tras sufrir una última derrota. Su segundo al mando, Baskerville, perdió mas de medio millar de hombres tras asaltar Nombre de Dios, al pretender hacer lo mismo con Portobelo y caer en una emboscada y combate campal contra la infantería española. Hubo de salir huyendo con el barco que le quedaba, tirando los cañones por la borda y echado también a pique. Fue de los pocos que regresaron de aquella a Inglaterra.

Según los documentos, el ataúd de plomo con los miserables huesos del pirata que roerán los peces mudos (versos de La Dragontea de Lope de Vega) fue arrojado al agua al lado de una roca frente al fuerte de San Felipe.

 Este es uno de los fuertes que, junto a los de Santiago, San Jerónimo y los de San Fernando y San Fernandito al otro lado de la bahía, darían seguridad a la ciudad donde se estableció ya la capitalidad de la zona y la Contaduría (aduana entre América y España) hoy restaurada y convertida en patrimonio histórico monumental de Panamá. Por allí llegaban desde la Península Ibérica (Portugal había pasado a ser parte de la Corona Hispánica) las gentes y mercaderías, y también para ir hacia allá, traídas por largas reatas de acémilas las riquezas, oro y plata desde Panamá donde habían arribado por barco desde el Perú y territorios situados en la costa pacífica.

 Los caminos de Cruces y el Real fueron durante siglos la arteria principal de contacto entre los dos puntos de destino del trayecto, las ciudades de Panamá y Portobelo.

Este último enclave es y hasta el día de hoy un lugar muy conocido por la peregrinación anual a la imagen más venerada por la población negra: el Cristo Negro de Portobelo, cuya imagen se encuentra en la Iglesia del Nazareno. La peregrinación es estremecedora en su tramo final donde llegan los penitentes de rodillas e incluso reptando.

 Nuestra expedición tras dejar Portobelo volvió a cruzar el istmo y dirigirse, como última posta, de nuevo al Pacífico y concluir la ruta con una estancia en la isla de Pedro González, en el archipiélago de las Perlas, descubierto, y bien aprovechado, por Balboa. Ahora la isla es propiedad privada y acampamos en ella por gentileza de su dueño, asturiano de origen, con la condición de hacerlo en un recóndito y aislado lugar tras seis kilómetros de caminata.

 Quedamos a nuestro albur y nos la prometimos muy felices, se nos abrió la puerta del Paraíso con un mar azul, un atardecer maravilloso con los rayos del sol acariciando el intenso verdor de las selvas asomadas al mar y todos los expedicionarios disfrutando del baño primero y luego ya de noche de un cielo cuajado de estrellas presidido por la Cruz del Sur. 

 Un infierno huracanado nos despertó en plena noche a las cuatro de la madrugada. Dijeron que era una tormenta tropical. Colgado entre dos árboles y en una hamaca (que resistió muy bien) me hubiera a mí gustado haberles visto y lo que hubieran dicho nuestros augures de catástrofes meteorológicas por televisión, supongo que no lo habrían descrito como menos que un Apocalipsis. 

 El sobrecogedor estallido de los relámpagos, el retumbar del trueno, el viento desatado y la lluvia torrencial y furiosa nos rodeaba por todos lados. El día siguió feo hasta casi el atardecer. Costó lo suyo encender una hoguera. Los siguientes días tuvieron sus dificultades pero acabaron siendo de los perdurables en los recuerdos. Telmo aprovechó una hermosa mañana para la recreación de la toma de posesión del Pacífico por parte de Balboa con mucha exactitud en el parlamento y en lo que se pudo en escenografía el de poder dar una conferencia sobre los piratas y el fin de Drake alrededor de una gran hoguera en la playa es el que yo me guardé en la mochila.

Dos expediciones de pesca consiguieron un importante número de capturas. Peces sierra, pargos, meros, dentones y algún pequeño túnido se unieron a las conseguidas por algunos buenos buceadores con arpón. Fueron con presteza destripados, quitados las escamas y lavados y a la brasa sus carnes gozosamente comidos. En una laguna semiconectada con el mar había cocodrilos, tres llegaron a verse, pero los lagartos quizás se barruntaron que podían pasar de predadores a presa y procuraron no volver a asomar el morro.

 Lo más alegre, divertido y unificador lo montaron los propios expedicionarios por su cuenta. Se conjuraron entre todos y cada grupo preparó para la noche y ante la gran fogata una representación una pantomima, un gag o lo que se le quiera llamar. Lo hicieron a base de ingenio, humor, entusiasmo, imaginación y compañerismo. La expedición se jaleó y burló de sí misma y salieron más piña. Eso será lo mejor que se lleven, sin duda, de España Rumbo al Sur.

Tras cuatro días en la isla se retornó ya a la capital para el acto de recepción en la Embajada de España ofrecida por el embajador Guzmán Palacios, acompañado del cónsul Mario Crespo, que ha sido un gran apoyo durante todo el viaje. Sería injusto también acabar esta crónica sin el reconocimiento y gratitud a los miembros del Servicio de Fronteras y a los Comandos de Élite de la Policía Panameña que a lo largo de toda la expedición velaron por la seguridad de todos. Fueron con su amabilidad, simpatía y experiencia en los momento difíciles, la mejor ayuda que pudimos tener.

 Como a la ida, el regreso se hizo escalonado y en dos grupos. El día 8 de agosto la expedición al completo ya estaba de regreso en Madrid. Y esta vez, aleluya, ni se quedó nadie atrás por el trapacero overbooking ni Iberia perdió una partida de mochilas. Y ya retornado hasta me empiezan a desaparecer del recuerdo los mosquitos, coloradillas y chitras, que han sido la peor tortura, pero que es preciso olvidarlos para disfrutar de la memoria de la aventura.

 (1) El autor de esta crónica dedicó en la serie publicada en los medios de Promecal sobre grandes personajes de nuestra historia, tres capítulos a la figura de Vasco Núñez de Balboa que pueden leerse en el archivo digital de los medios del grupo, titulados 'Aventurero entre aventureros' (I), 'El descubrimiento del Pacífico' (II) y 'Del triunfo al cadalso' (III)