OPINIÓN
Enrique de Guzmán Mataix
Tenía ganas de leer Peccata Diminuta, no solo por pasar un buen rato, que también, sino por reencontrarme con una autora, Raquel Lozano, que hace de la valentía expresiva una de sus mejores armas literarias, sin complejos, bien echada hacia adelante, sin miedos ni cortapisas. Estos relatos que he leído con suma atención me confirman que Raquel tiene un dominio notable de la sintaxis y del ritmo narrativo. Oraciones bien construidas, adjetivos notablemente empleados, uso adecuado de las frases cortas, formas verbales definitivas. Mención especial requiere el uso de un léxico que circunvala su universo particular, lleno de provocaciones, de presuntas contradicciones… que no lo son.
En El patito de goma late una especie de ternura que nos conmueve. La figura de un niño pobre que pide ayuda en un banco choca en principio con la tacañería de don Baldomero, el banquero, egoísta, taimado y, en el fondo, desdichado. Su orgullo es vencido por la naturalidad del niño, que le hace incluso llorar al ver su propia mediocridad frente a la bondad infinita del chiguito. En seguida he visto claras concomitancias con Cuento de Navidad, de Dickens y con la película de Ladislao Vajda Un ángel llega a Brooklyn.
Hay un interés evidente en la autora por los asuntos del amor, sin llegar al paroxismo, por supuesto, pero regado de elementos sensuales y eróticos llenos de sugerencias. Es memorable la historia (Yaco) en que una mujer en trámites de separación busca ayuda en la consulta de un psiquiatra al uso, serio, acomplejado, sin empatía alguna por nada ni por nadie. Pero el buen hombre parece renacer y siente el deseo irrefrenable de sexualizar su relación con la paciente. Esta se lanza en canal contra su cariacontecido galeno. (Miré su boca aún ebria y lo besé como nunca antes había besado a nadie…hicimos el amor y exhaustos nos quedamos dormidos al amanecer). Sensualiad sin tapujos.
Pero en los vericuetos del amor, Raquel Lozano reflexiona igualmente sobre el amor temporal, que es el que suele predominar, en un excelente y original Toc Toc Toc. Podríamos hablar de una alegoría sobre los rincones intrincados del amor, en los que abrirse en canal ante la persona amada puede degenerar en la pérdida de aquello que se iba buscando: la felicidad.
También hay lugar en este magnífico libro para la conciencia social, sí, esa que trata de la explotación del hombre por el hombre y que a algunos les parece normal. Parece ser que a Raquel no le da igual, por fortuna. En El espejo retrovisor miro de soslayo al gran Baroja y su trilogía La lucha por la vida. El nudo gordiano se parece mucho , desde luego. A Miriam, protagonista, le ocurren cosas semejantes a las que experimentó Manuel, el protagonista de las tres novelas de Baroja: barrios bajos, empresarios sin ningún pudor frente a la miseria de los demás, bajada a los infiernos tras la muerte del padre de la chica, personajes desestructurados que continuamente pisan la calle en busca de algo que llevarse a la boca. El Manco, El Chino, El Pico, personajes raquelianos, podrían intercambiarse con los barojianos de La Busca. Yo diría que incluso se habrían hecho colegas de haberse conocido. Pero hoy por hoy saltar de un relato a otro es harto complicado. Aunque nuestra autora es capaz de todo.
En Plantas de interior Raquel Lozano nos muestra otra faceta, pienso que ligada en cierto modo a las famosas greguerías de don Ramón Gómez de la Serna. No me resisto a transcribirla: Con el paso de los años voy aprendiendo que, si el amor no se riega se muere. Pero si lo riegas demasiado, también. Y no podemos soslayar una magnífica adaptación cartesiana: Me piensas luego existo.
Hay, por supuesto, infinitos matices, referencias (a la figura de la madre, por ejemplo) que sería imposible reflejar en este breve texto. Lo que yo piense respecto a Peccata Diminuta y a su autora, eterna adolescente siempre madurando al sol de Castilla, no deja de ser algo subjetivo, así que animo a los amantes de la literatura diferente, la que nada tiene que ver con los best seller y sí con la escritura creadora, que compren el libro, que lo lean, que lo comenten y, sobre todo, que lo disfruten.