Alumno de doctorado dirigido por investigadores de las universidades Católica de Lovaina y Valladolid, Kamiel Debeuckelaere ha tenido dos meses de estancia en la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias (Etsiiaa) del campus de Palencia para el desarrollo de una investigación que se centra en la biología del comportamiento de insectos sociales.
En su calidad de «ser social», como explica Maribel Pozo, profesora de la Etsiiaa que codirige la tesis de Debeuckelaere, el experimento tiene como protagonista al abejorro, un tipo de abeja que se diferencia en que «aguanta bajas temperaturas, es más poderoso y posee una mayor musculatura que le sirve para libar flores en días de frío y hacer vibrar como la del tomate, de la que hay que sacar el polen del interior de una antera porosa». Si bien es cierto que la investigación gira en torno al comportamiento, a cómo vive una abeja y qué tipo de decisiones adopta en relación a la optimización de toma de caloría por viaje, tendría aplicación en agronomía. «Si tengo un cultivo malo en cuanto a recompensa floral, que produce poco azúcar en su néctar, irán, pero no volverán pues son muy buenas en transmitirse el conocimiento. Ese tipo de decisiones se valoran, a nivel de colmena, en este experimento», expone Maribel Pozo.
reservorios. El abejorro es social y, por tanto, los miembros femeninos de la colmena colectan la comida para resto, y eso es lo que se va a aprovechar en la investigación. El experimento se basa en reservorios (verdes), que imitan no la flor en sí, pero que se mantienen con el suelo porque es un insecto que, «cuando está en vuelo, lo único que ve son como huecos de color (unos pocos y escasos milisegundos), respecto a un fondo que sería más o menos continuo verde. Los colores que va a advertir más rápido son el amarillo y el azul, que son los que se utilizan en el experimento», señala la codirectora de la tesis doctoral de Kamiel Debeuckelaere.
La razón de que los reservorios no asemejan una flor, pese a ser diseñados y reproducidos a la carta en una impresora 3D, es porque además de contener un sistema para ofrecer néctar de forma controlada, según lo quiera el investigador, tienen colocados sensores, una placa base y baterías. «El abejorro viene en vuelo, ve algo de un color vistoso para él, se acerca y se posa. Lo que hay es un emisor de infrarrojos que está siempre emitiendo. Cuando llega el insecto, con el cuerpo lo corta y lo que se detecta es una caída de voltaje. Esa es la forma de medir que alguien ha estado dentro y cuántos segundos, que está muy bien para saber cómo come. La comida está en una especie de piscina, con servomotor y con ello se llena el bebedero, y eso se parece a la cantidad de néctar que ofrece una flor».
Kamiel Debeuckelaere parte en este experimento de un principio conocido desde los años 70 del siglo pasado, y es que la abeja, cuanto mayor sea el contenido de azúcar del néctar, más le gusta, porque tiene que volar menos para obtener mucha energía. «Usando esa hipótesis, aprovechándose de que su preferencia es innata hacia tener más azúcar con menos esfuerzo y tiempo de búsqueda, ha empezado poniendo poco, con un color amarillo, y una vez entrenadas así, a los dos días añade unas flores azules que tienen el doble de energía. Se trata de ver cómo de listas son en hacer el cambio, cómo van a contar dentro de la colmena (se comunican a nivel feromonal) que ir a la amarilla es una pérdida de tiempo y que la que merece la pena es la azul», comenta Pozo, quien añade que «eso es la trasmisión cultural dentro de un insecto social. Ellas no forrajean solas, las decisiones deben de ser de equipo. A lo mejor la colmena número 1 no transmite y la mejor es la colmena 4, que es buenísima como equipo y en media hora ha hecho el cambio. Eso se va a poder ver con este experimento»·.
Para la recepción de datos, el investigador usa una red de radio y la tecnología internet of Things (IoT) merced a la que se hace la transmisión de paquetes de datos que pesan muy poco con la wifi de la universidad y con una interfaz en su casa puede ver en tiempo real quién está visitando qué, y «eso sirve, por ejemplo, para cambiar los parámetros, decidir cambiar la velocidad con la que eso de rellena, quitar dos y dejar dos, deshacer grupos… todo desde un control remoto. Él tiene acceso a todo el programa de relleno y a los datos de visita», expone Maribel Pozo. Los abejorros tienen pegado una minúscula etiqueta RFID como las que se usan en establecimientos comerciales que cuando echas en la cesta un producto te dice qué es. «Es como un código de barras que lo identifica de forma inequívoca y personal. Cuando llega ya no es solo caída de voltaje, cuanto tiempo y a qué hora, sino quién es el visitante», concluye.