Fue el insulto con que, el entonces aspirante Sánchez, saludó al presidente Rajoy en aquel encuentro televisivo, preludio del estilo que iba a seguir el candidato al establecerse en la Moncloa a título de Presidente del Gobierno. Es cierto que nunca ganó unas elecciones, a pesar de lo cual ninguna circunstancia se antepuso a su ascenso, sino que su ilimitada ambición fue y sigue siendo el motor que impulsa su modus operandi y que le permite mantenerse en el poder a pesar de las muy lamentables circunstancias en que se desarrolla la situación política en nuestro país. Las imputaciones a su esposa y hermano, así como al Fiscal General del Estado, nombrado y mantenido en el cargo por el Presidente del Gobierno, son señales evidentes del estilo sanchista. Cualquier observador mínimamente avezado, y sin necesidad de ser un experto analista político, es consciente de las bases sobre las que Sánchez asienta su actividad política: su entrega incondicional a las exigencias de los partidos políticos que permitieron su investidura, ante los que cumple todas las demandas como precio a sus votos favorables. Al mismo nivel que su sumisión a aquellos se sitúa su constante confrontación con quienes considera una permanente amenaza a su continuidad en palacio: los partidos que él designa como los portadores de bulos y fango cuando ejercen su función como oposición. En eso consiste fundamentalmente la actividad gubernamental, totalmente ajena a lo que debe ser la acción política de todo mandatario: trabajar para mejorar la vida de los gobernados, no la de los gobernantes. El pasado miércoles 26, casi un mes transcurrido desde la tragedia valenciana que tanto dolor produjo, se presentó en el Congreso de los Diputados para cargar toda la culpa de lo ocurrido en el partido de la oposición y omitir su propia responsabilidad. Da vergüenza comprobar la total ausencia de compasión, solidaridad y empatía con quienes sufrieron y siguen sufriendo las consecuencias de aquel desastre. Es decir, utilizar el dolor de los ciudadanos para servirse en su inabarcable ambición. Eso sí que es indecente.